
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Las grandes fusiones de grandes corporaciones será una de las consecuencias gigantescas de esta Gran Crisis. De hecho, está sucediendo ya en la industria del automóvil, entre los bancos, las aseguradoras o las compañías informáticas, por citar unas cuantas acciones de envergadura mundial. También las empresas multimedias estudian alianzas en las que se confunden inclinaciones ideológica opuestas, se funden antagonismos para salvarse juntos en una perversa copulación contra la depresión.
Entre los consumidores y ciudadanos, mientras tanto, no hay indicio ninguno de asociaciones que puedan contrabalancear este poder del que vendrán a dotarse los oligopolios o monopolios que superen la adversidad. Hay, no obstante, si no a la manera tradicional, muchedumbres como países que se comunican ahora en la web, cientos de millones de guerrilleros en potencia que han actuado en estos tiempos como denunciantes, actores políticos y boicoteadores de marcas apoyadas en crímenes contra el medio ambiente o contra la humanidad.
Que el panorama inmediatamente después de la actual turbulencia muestre un equilibrio o desequilibrio social, moral y económico inéditos no hay la menor duda. Pero ¿será entonces la viva estampa del pronóstico marxista que auguraba en la extrema concentración del capital su muerte o las empresas, profusamente aleccionadas por la nueva condición de un público, instruido en la escasez, la crítica y el escrutinio, más adiestrados frente a cualquier marketing, más feroz contra la estafa, contribuyan a fundar un nuevo orden más allá del capitalismo conspicuo y con ello un mundo necesariamente más benévolo y colaborador?