
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol

Rafael Argullol: La imagen, sin embargo, es como algo que produce un impacto más inmediato, más a corto plazo, más que la palabra. Y de ahí son los pros y los contras en la comparación entre lo literario y lo cinematográfico.
Delfín Agudelo: Me pregunto si es posible establecer algún tipo de paralelismo con una época en la que el cine no era masivo, o cuando no había hecho su aparición. No sé si equipararlo es del todo correcto, pero pienso en una imagen, un cuadro o retrato, en relación a un libro. En la actualidad vemos Drácula de Coppola y está la cara de Gary Oldman; pero si hubiéramos visto a comienzos de siglo XX un cuadro representativo de una estética oscura en íntima relación con los cuadros góticos, ¿existiría la posibilidad que al lector decimonónico le sucediera lo mismo que a nosotros-esto es, establecer una imagen arquetípica literaria a través de una obra visual?
R.A.: Sucedió a partir de un determinado momento. Desde finales de la Edad Media y Renacimiento se tiende a poner rostro a los héroes. Entonces de repente a partir del siglo XV o XVI encuentras el rostro de Aquiles, el rostro de Ulises, el rostro de Dante y Virgilio en la Divina Comedia. Pero como el acceso a la pintura era muy minoritario, diría que eso no acababa de calar en la imaginación colectiva. En el momento en que a partir de finales del siglo XVIII y sobre todo del XIX lo que se populariza es el grabado, entonces sí que empieza ya de manera bastante multitudinaria este proceso. El ejemplo más claro es los grabados de Doré, el cual logró hacer popularizar el rostro e imagen de Don Quijote, a la vez que la imagen de Dante y Virgilio, de Fausto, ya que el grabado llegó a ser una forma intermedia entre el impacto de la pintura y el impacto del cine o de la fotografía. El grabado era mucho más popular que la pintura porque era algo reproducido y reproducible. En ese sentido el caso más claro es el de Don Quijote: el arquetipo visual de Don Quijote lo concibe Doré; y cuando en el siglo XX se intentan hacer Don Quijotes cinematográficos, el modelo que se toma es el de Doré. Por ejemplo el Don Quijote nunca acabado de Orson Welles, que le acompañó toda su vida: él escogió como actor a un español exilado en América, creo que en México, y que evidentemente estaba guiado por lo que había ofrecido Doré.
Es verdad que los grabados en el siglo XIX preanunciaron el fenómeno del cine, y esto se acentúa muchísimo más en el siglo XX porque si el grabado llegaba a minoría de todas las ciudades europeas el cine, a mediados del cine XX, lleva esto a cualquier rincón del planeta. Y al llevarlo determina de manera impresionante. Por eso es también muy interesante ver cómo en determinados momentos cineastas que quieren evitar esa determinación extrema recurren o bien a actores desconocidos o incluso autores amateurs. Un caso extremo y extraordinario es lo que hace Pier Paolo Pasolini en El Evangelio según San Mateo: él tenía que plantearse algo en principio tan difícil de traducir en imágenes como es el rostro de Cristo, de la Virgen, de los apóstoles. En lugar de recurrir como se había hecho hasta entonces a actores conocidos, él recurrió a actores completamente desconocidos: la Virgen María era la propia madre de Pasolini, y el que hacía de Cristo, que era un barcelonés que hizo una sola película -ésta, y la hizo muy bien- pero era un desconocido, no era un actor. No quedaba determinada y de hecho él mismo rompió con la estética habitual de la representación de Cristo en occidente como alguien moreno en lugar de rubio, medianamente oriental, etc. Se evitaba la extrema determinación del cine. Si nosotros pensamos en Apocalypse Now– comentada alguna vez aquí en el blog– es muy difícil imaginar visualmente a Kurtz, ya que es un personaje de mil rostros. Sin embargo, lo difícil ahora es imaginárselo sin el rostro de Marlon Brando.