
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol
Rafael Argullol: A raíz de nuestro particular homenaje a Stanley Kubrick creo que sería interesante referirnos a la relación que ha existido en el último siglo entre literatura y cine, ya que el propio Kubrick fue uno de los ejemplos maestros de esa relación gracias a sus adaptaciones al cine de diversas novelas. Más que adaptaciones podríamos hablar de traslaciones o de traducciones. En ese sentido creo que Kubrick es un ejemplo de rigor en casos como Lolita o en casos como Barry Lyndon o 2001. Me parece que en nuestra época es interesante afrontar esta relación porque evidentemente en nuestros días ya no solo sigue habiendo una relación entre literatura y cine sino que hay una evidente fuerza del lenguaje cinematográfico sobre el lenguaje narrativo. Sería bueno ir viendo la relación entre ambos casos.
D.A.: Pienso en una entrada ya llevada a cabo, acerca de Guillermo de Baskerville: el lector de El nombre de la rosa jamás podrá olvidar la cara de Sean Connery para este personaje. Ahora, se tiene un referencia con el cine por encima, pero también la producción de lenguajes cinematográficos permite la elaboración de una imagen clara, precisa, en la medida en que detrás de cada personaje está el nombre del actor: obliga a entrar en el código de lectura de la novela que lleva a cabo el director.
R.A: Es que hay una cosa crucial que creo que se ha reflejado poco, y es que en una época en la que hay una especie de consenso general a veces incluso un poco ridícula sobre el predominio de la llamada cultura de la imagen, un elemento fundamental es que la imagen siempre determina mucho más que la palabra. Dicho de otro modo: la palabra tiene una pluralidad de planos, incluso una ambigüedad, un claroscuro que la imagen no tiene, porque es más determinada. Incluso dentro de la palabra evidentemente distintas formas de expresión del lenguaje tienen mayor o menor comprensión, para decirlo claramente: una narración novelística tradicional que describe un determinado contexto es muy completa; una poesía metafísica deja mucho espacio para la ambigüedad, para los claroscuros, y desde la poesía a la narrativa diríamos que pasamos por una progresiva determinación luminosa y de perfilación de siluetas. Yo diría que en el momento en que pasamos de la palabra a la imagen esto es mucho más determinado.
Para seguir el ejemplo que has puesto evidentemente cualquier lector de literatura a lo largo de los siglos ha podido poner él mimos la cara de los protagonistas. Desde el momento en que el cine ha realizado traducciones, traslaciones, adaptaciones, como queramos llamarlos, de determinadas obras literarias a través de los rostros fijados por el cine evidentemente la imaginación del espectador disminuye. Porque el cine determina mucho respecto a la literatura. Si nosotros miramos toda la labor de traslación cinematográfica de la literatura desde que se inventa el cine, es evidente: empezamos ya por ejemplo con el cine expresionista que tuvo como materia prima la literatura de la época e incluso anterior. Evidentemente cuando uno había leído a Stoker, a Drácula, uno se lo podía imaginar con mil rostros. En la medida en que fue el rostro de Bela Lugosi, el rostro de Christopher Lee, el rostro de diversos autores que han caracterizado al personaje, su imagen queda más determinada. Ahí diríamos que la palabra es mucho más ambigua y mucho más neblinosa o brumosa que la imagen. Como contrapartida, la imagen, sin embargo, es como algo que produce un impacto más inmediato, más a corto plazo, m que la palabra. Y de ahí son los pros y los contras en la comparación entre lo literario y lo cinematográfico.