
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Por una vez aquí nos hemos adelantado. Conocemos muy bien esa endiablada ecuación política: un partido que abandona el Gobierno porque ha perdido las elecciones; en su vértice crece la mayor confusión, fruto de la indefinición y de las peleas por el liderazgo; fallan las ideas y las propuestas, agostadas y desmentidas en la calle; y llega entonces la alternativa desde los arrabales del partido, en los medios de comunicación donde la política se convierte con frecuencia en espectáculo. Esta semana la derecha norteamericana se ha dado cuenta de que su auténtico líder es un radiopredicador, algo que ha sido acogido con enorme regocijo en la Casa Blanca.
Esta extraña epifanía no es nueva y ya se produjo durante la presidencia de Bill Clinton. Ahora con Obama, ha vuelto a manifestarse en la Conferencia de Acción Política Conservadora, una reunión anual de los grupos derechistas, que permite tomar la temperatura y observar quiénes son los líderes con mejor cartel entre los militantes. Mitt Romney, ex candidato presidencial derrotado pro McCain en las primarias, obtuvo el mayor apoyo entre los congresistas como líder republicano; pero el personaje de este año ha sido Rush Limbaugh, el radiofonista más famoso y con mayor audiencia de Estados Unidos, que enciende a diario su audiencia de 20 millones de personas con sus discursos radicales y no deja de fustigar a los suyos por moderados y a los demócratas por comportarse como los europeos, hasta convertir a Estados Unidos en un país socialista.
Desde su programa diario, que escuchan taxistas y camioneros y triunfa sobre todo en la América profunda, este antiguo disc-jockey ha sido el guía ideológico de la derecha durante la presidencia de Clinton, durante la presidencia de Bush y ahora, con Obama, ha saltado un peldaño más y se ha convertido prácticamente en la única enmienda a la totalidad a la acción del nuevo Gobierno demócrata. Todavía nadie entre los republicanos se atreve a criticar abiertamente los esfuerzos de Obama por levantar la economía o la perspectiva de aumento del déficit y de los impuestos para los más ricos. Limbaugh sí: él es el único imperturbable ante los cambios, y sigue considerando que toda intervención del Estado es mala y todo impuesto un robo. Se debe a su nutrida y fervorosa parroquia, y a los pingües beneficios que obtiene, y no a las necesidades de su país ni mucho menos a las del Partido Republicano. Se entiende que le importe un pepino la recuperación del poder, si donde mejor se encuentra es jugando a la contra.
Limbaugh hizo en la Conferencia conservadora un discurso de 85 minutos, acogido con delirio por los congresistas, en el que demostró todo su variado registro de histrión de las ondas. Expresó su deseo bien claro de que Obama fracase, aun a costa del sufrimiento de los norteamericanos. Cuanto peor vayan las cosas, mejor. El nuevo presidente del Comité Nacional Republicano, Michel Steele, también afro americano, primero le criticó y calificó su discurso de ‘horrible’ e ‘incendiario’, pero luego no tuvo más remedio que pedirle excusas. ¿No les recuerda nada esta relación de dependencia de los dirigentes políticos respecto a los periodistas?
Los candidatos republicanos a la presidencia y la vicepresidencia, John McCain y Sarah Palin, han quedado prácticamente olvidados. El gobernador de Louisiana, Boby Jindall, un hombre joven, de origen indio, también ultraconservador, considerado como la gran promesa republicana, pinchó de forma quizás irremediable en su discurso de respuesta al Estado de la Unión de Obama el 24 de febrero. A la vista de tanto desastre, ha vuelto a aparecer nada menos que Newt Gingrich, que lideró a los republicanos en el Congreso contra Clinton en los años 90 con enorme éxito. Rahm Emmanuel, el jefe de gabinete de Obama, ha reconocido el liderazgo de Limbaugh con el mismo ímpetu con que le aplaudían sus partidarios en la reunión conservadora del pasado fin de semana: "es la voz, la energía y la fuerza intelectual que hay detrás del Partido Republicano".
Federico Jiménez Losantos ha aprendido mucho de los programas radiofónicos norteamericanos, y sobre todo de Rush Limbaugh; pero hay que reconocer, a la vista de lo que está pasando en Estados Unidos, que los nuestros, Federico y su socio Pedrojota, han sido unos auténticos adelantados, unos excelentes discípulos que igualaron en sabiduría y buen hacer al maestro hace ya tiempo.