Vicente Verdú
No sé bien qué se medita en la llamada meditación pero hacer meditación parece sin más, un bien que promete la paz en no pocos sistemas religiosos. ¿Se trata de pensar en Dios y en sus mandatos? ¿Se trata de abandonarse a Dios y su divina providencia? ¿Consiste en revisar la conciencia y sus accidentes internos?
Cualquiera que sea su objeto, la acción de pensar/meditando o de meditar/pensando se tiene por recomendable y curativa. En realidad la mera actividad de pensar -con o sin meditación incluida- procura, aparte de los bienes metafísicos, un placer tan interesante como atractivo.
El ejercicio del pensamiento, aparte de su utilidad como instrumento científico o camino de perfección moral, constituye, una segura opción de entretenimiento. Los animales, tarde o temprano, transmiten a través de su rostro una impresionante sensación de tedio. Un aburrimiento básico y ancestral que se corresponde con la falta de verdadero pensamiento. Por contraste, los seres humanos tienen a disposición una fuente inagotable de amenidad, juego, tragedia o drama, en el interior del pensamiento hasta llegar al punto de que si alguien cercano nos contempla en silencio se ve tentado a interrogarnos sobre aquello que pasa por nuestros pensamientos. En este y otros casos la reserva sobre nuestros pensamientos potencia objetivamente su interés y su contenido magnético. Con el pensamiento se alcanzan espacios insólitos, combinaciones emocionales infinitas y una retahíla de relatos que mediante la razón, la imaginación o el azar se dicen y desdicen en una trama igual o superior a las intrigas escritas, televisadas o radiadas. Este medio, asociado hasta nuestra época de entretenimiento audiovisual con lo profundo, lo serio, lo utilitario y cabal ha ido liberándose de su primera misión humanista y su papel de supuesta herramienta espiritual para el perfeccionamiento interno. Ahora el pensamiento es como el cine, los videojuegos y los You Tube. Se trata de una facultad tan flexible, transformista, plástica, intangible y portátil que desafía a todos los i-pods y los e-books, las cámaras y los móviles más ligeros de peso material y más complejos en sus composiciones electrónicas. En el pasado todo pesaba, incluido el pensamiento pero hoy lo más nuevo, como este pensamiento en alza, no gravita ni tiene por qué ser grave. A "El pensador" de Rodin se le constata abrumado y sombrío por el solo hecho de ponerse a pensar. Ponerse a pensar era ponerse en situación de sopesar la existencia y sus departamentos de amenazas, muerte o destino. Pero hoy, no obstante, cunde otro pensamiento no necesariamente tenebrosos ni trascendente, no redentor ni purificador, ni benéfico ni profético que elige como destino central pasarlo bien. Y no necesariamente por evocación de esto o lo otro exterior y excitante sino por el juego mismo de pensar y dejar a la mente complacerse en sus ríos y laberintos. Todo pensamiento, empotrado en nosotros, actúa como un elemento piezoeléctrico que junta la emoción con la razón, lo trivial con lo severo, lo inteligente con la gente. El pensamiento fluye desde un diamante primordial donde la emoción y la reflexión se funden. Desde un centro individual tan concurrido como sería el bullir de nuestro más íntimo parque temático.