Vicente Verdú
Algo tan extraordinario como hermoso de esta Crisis es su personalidad incalculable. La crisis parece gigantesca pero sin cálculo posible. Su incalculabilidad forma parte de su identidad. No posee medida, no se puede calibrar ni presumir su devenir. Desmesurada en todos los sentidos. Sin cifras seguras hacia adelante o hacia atrás, sin límite a su profundidad ni extensión, ni ponderación del peso propio de su duración, su volumen o su densidad material. La magnitud de esta formidable monstruosidad alcanza un grado que desdice su graduación y en consecuencia su calificación aproximada. Se trata por tanto de una crisis tan difícil de calificar que la socorrida nominación de "financiera" apenas alude a un inicial componente del problema cuya complejidad ha estallado precisamente de su naturaleza perversa y elusiva a la estimación cabal.
Se trata en consecuencia de una crisis delirante que pertenece al interminable universo de la fantasía y escapa a la razón, la certidumbre y el control.
¿Control? El supremo interés de las autoridades ha sido comprobar si las muchas medidas anticrisis producían algún efecto que indicara un principio de control. Medidas de diferente especie para restablecer el orden de un caos que atribuyéndole un vagoroso principio no se le augura ningún concreto final. La efectividad de las medidas indicaría la detección del mal o parte del mal y su intención correctora permitiría confiar en un límite del desafuero, algún linde con que aplicar una forma de cálculo y contra el pavor de la incalculabilidad.
La incalculabilidad o su pavor constituyen significativas cualidades del Mal. El Mal crea pánico en coherencia con su alma desmedida o acaso infinita. De este modo, el Mal no se sacia, engulle infinidad de víctimas y billones de euros, se extiende sin coto, alcanza con su destrucción la máxima devastación del conocimiento y su imaginaria aplicación. El Mal avanza sin fin o acaso, en algunas circunstancias, persigue una suerte de devastación óptima, un punto de gran calamidad en cuya cúspide se complace finalmente. Donde se halla ese lugar y su entorno es un arcano. Un espacio imprevisible, indescriptible e ignorado. Espacio aciago y semejante al que pertenece la actual crisis financiera de la que se ignora prácticamente todo y cuya potencia actúa como el mal puro.
El Mal sin paliativos. El Mal sin diferencia de regiones, clases y credos, animales, teatros o sexos. Todo se halla en crisis. O más aún: toda la realidad es igual a la crisis. Siendo la crisis un incalculable enigma, tal como correspondería a la fuerza genuina de lo mágico, la pérdida del sistema racional, el desplome de las referencias, los seguros, los bancos, la quema del capital. Y, a su vez, del trabajo, el comercio, el consumo, el crédito, la esperanza. La desacreditación total.