Vicente Verdú
Que la crisis esté saltando de continente en continente, del país desarrollado al pobre y del pobre al rico, hace pensar que el suceso pertenece a un orden sobrenatural. Si sólo fuera cosa de seres humanos la condena distinguiría entre víctimas y verdugos. Sin duda un puñado de jugadores a la baja se ha enriquecido en estos meses pero su número no es tan significativo como para deducir una matanza en beneficio del poder, una sevicia en provecho de los especuladores. La mortalidad cae sobre toda la población y la pobreza, insólitamente, se extiende como una plaga de pelagra sin pelagra, como una catástrofe natural sin siniestro natural, una epidemia vírica sin gérmenes ni virus. ¿Qué puede deducirse sino que un Ser Extraño se encuentre ensañándose contra los habitantes del planeta y haya encontrado en la extensión global de la miseria una réplica a su indeseable progreso o prosperidad del mundo? ¿No será precisamente esta implosión de la prosperidad un efecto de la prosperidad y sus leyes internas cuyo contenido fue grabado por alguna Fuerza Superior?
¿Una Fuerza que trata de manifestar su Presencia? ¿Un Ser que ataja la mundanal pretensión de Divinidad?
El Más Allá visita el Más Acá revestido en la forma más convincente de su potente existencia. La cara del Mal. Del Mal y no del Bien puesto que el bien pasa fácilmente desapercibido, los buenos días, los buenos resultados, la salud, las buenas noches, se dan por fenómenos normales mientras el Mal constituye la suprema insignia de una presencia firme y ajena. El Mal se opone a la razón vital, destila muerte contra la vida, inaugura un espacio de vacío incomprensible para el individuo cuyo hecho de existir persiste ineludiblemente asociado a lo tangible, lo visible, el bulto, el ruido, la carne, la riqueza. ¿El vacío? ¿La Ausencia? ¿El Silencio? Todo ello coincide con la expresión de una Nada letal. La evidencia de hallarse anulado, desaparecido, desbancado, desplumado, transformado en el cero absoluto, el absoluto desierto de la liquidez.