Rafael Argullol
Rafael Argullol: La noticia de que la vejez es una enfermedad se parece mucho en su espectacularidad informativa a la idea de que la infidelidad es la consecuencia de un gen.
Delfín Agudelo: No sé cómo procesar una noticia tal. Luego de haber creído durante tanto tiempo que es una consecuencia cultural, resulta que es un gen.
R.A.: Creo que esto tiene dos vertientes muy claras. Una vertiente vinculada a la espectacularidad informativa de la ciencia de nuestra época, y otra, como siempre, comercial. La primera es que últimamente estamos acostumbrados al hecho de que cada una de las facetas que históricamente han marcado a la civilización humana ahora se vincula a la genética o se vincula a la estructura del cerebro. De manera que en los últimos años hemos recibido noticias de que en una región cerebral está la trascendencia religiosa; en otra región está la experiencia estética; en otra está incluso la excitación amorosa. Todos los viejos problemas humanos que han motivado los hombres a través de toneladas de conversaciones, que a su vez han sido argumentos para miles de obras literarias y artísticas, ahora intenta reducirse a lo que sería una especie de cartografía del cerebro, cartografía de los genes. O todo está alojado en nuestro cerebro, o en una especie de Biblia que heredamos al nacer, que sería la genética, donde todo está escrito: nuestros vicios y nuestras virtudes. Ahí se abre incluso la ficción de que dentro de pocos años al nacer vayamos acompañados de una especie de certificado o quizás de un librito en el que se explique los vicios y las virtudes en las que vamos a incurrir al hablar de nosotros.