Aristocracia del espíritu, democracia de la expresión
Rafael Argullol: En lugar de enterrarse de una manera rancia y claustrofóbica en esa especie de laboratorios teóricos —que pueden servir mucho al gremio de los profesores de filosofía para sus pequeñas vidas y sus pequeños currículums—, debería dedicarse a algo que sirva para la filosofía misma.
Delfín Agudelo: ¿Abogarías por una democratización de la filosofía? ¿O por una filosofía que esté más alcance de todos, en cuanto a su lenguaje?
R.A.: El mundo del espíritu es aristocrático en la medida en que es una búsqueda individual y se somete a sí mismo a pruebas iniciáticas. No me parece una buena metáfora la democratización del mundo del espíritu; pero sí me parece la de democratizar la expresión de ese mundo a través de lo literario, artístico o imaginista. Para mí el binomio perfecto, por así decirlo, sería el aristócrata del espíritu que se expresa por todos los medios democráticos propios de la ciudad en la que vive. Soy completamente contrario de la secta estilística. Soy partidario del máximo rigor espiritual, pero adversario de la abtrusidad y secta estilística, si bien es cierto que sería buena la máxima democratización de la expresión. Pero eso tampoco es el arte. La conciliación entre espíritu y arte es por un lado lo minoritario del rigor mas lo mayoritario de las sensaciones.