Vicente Verdú
Cuando no pocos productos considerados hasta ahora de lujo se convierten en low cost, los artículos de primera necesidad suben escandalosamente sus precios. La asimetría cambia de lado y la ley del valor convierte lo superfluo en accesible y lo básico en una inesperada cuesta. Las subidas del pan, de la leche, de las verduras o del pollo, no evocan necesariamente las fúnebres menesterosidades de otros tiempos sino que reaparecen con el carácter de explosivos fenómenos monstruosos, subversiones de una sección productiva que desordena su alineamiento en la cesta de la compra y rebosa patológicamente ante la desconcertada presencia del consumidor. No es tanto indignación como pavor, lo que sentimos. No es tanto un fenómeno que pueda atribuirse a las leyes del mercado como a las súbitas acciones propias del terrorismo. Los precios estallan sin aparente justificación, se multiplican por dos, por tres o por cien, ascienden como piezas desencajadas del sistema y no se conoce donde irán a parar y si en el trayecto no arrastrarán también consigo otros elementos necesarios como el agua, las medicinas o las ropas. Porque una vez que el pan se desboca, cómo no esperar una cabalgata descontrolada del universo entero de la provisión.
¿Costará tanto alimentarse, por ejemplo, que el esfuerzo de sobrevivir, la dificultad de vivir, se asociará a la dificultad de conseguir comestibles? ¿Se ha reiniciado, en medio de la opulencia, una etapa que copia del tercer mundo su núcleo característico de la misma manera que en Tailandia o China se copiaron los núcleos de lujo del mundo occidental? La simetría induce necesariamente a la alteridad y la alteridad auspicia lo especular. Es decir la especulación que, en todos los casos, es el término sustantivo de la enfermedad que devasta los mercados. Y he aquí, por el momento, su caso más pervertido o teratológico.