Estrategias
Rafael Argullol: Un poema de Baudelaire en principio parece que expresar radicalmente el anti-amor, pero también se convierte en una forma fulminante de amor.
Delfín Agudelo: Tanto la cartografía personal como la escritura como acto que completa resumen en gran medida la escritura amorosa. Por esto, podríamos decir que la escritura de una carta de amor es un gesto narcisista, un juego ilusorio: se cree estar pensando en el ausente, cuando el realidad se está pensando en uno mismo.
R.A.: Al contrario de lo que comúnmente se admite, tanto el amor como la muerte son productos de la imaginación, más narcisistas que el placer y el dolor. En el caso del amor toda carta amorosa generalmente tiene un único destinatario, que es quien la escribe, no quien la recibe. Desarrolla una especie de larguísima circunferencia en medio de la cual está el teórico receptor, pero que fundamentalmente se espera la segunda parte de la circunferencia, que es cómo llega de nuevo hacia el escribiente. Esa es la gran fascinación de la carta de amor, que quien la está escribiendo puede que llegue a pensar incluso desesperadamente en una mujer, pero sobre todo está pensando en cómo esa mujer le va a responder. El que la escribe, entre líneas está pensando también en la respuesta. Por esto yo diría que es un proceso extraordinariamente moroso, extremadamente parsimonioso, y en la medida en que hemos ido abandonando las cartas de amor se ha ido abandonando también ese proceso en el cual el que escribía estaba pendiente de la propia recepción.
Es muy curioso el género amoroso en nuestros días, cómo la carta de amor ha ido siendo sustituida por la rivalidad del teléfono, luego con la de los e-mails, y por último con la de los sms. El sms es un lenguaje lapidario, conciso, extraordinariamente adecuado para las trampas del placer, para tender y recibir trampas eróticas, porque está basado en la síntesis y en cierto modo en poner pequeños pedazos de queso en la ratonera, a ver si pica el ratón. En cambio la carta amorosa es una estrategia en la cual uno quedaba muy retratado, por lo que iba con mucho cuidado, precavidamente. Incluso la carta amorosa más breve es la que uno imagina que se ha pensado con extraordinario detenimiento. Es interesante ver cómo los géneros de la comunicación amorosa se han ido volviendo cada vez más sintéticos, y en cierto modo cada vez más tramposos; o de trampas más vinculadas a lo que sería la propia trampa del encantamiento de la publicidad de nuestra época.