Vicente Verdú
Un hecho positivo procura por días el bien de poder recordarlo, recrearlo y saborear su zumo, pero todavía resulta más eficaz, para algunos de nosotros, el efecto de los hechos negativos.
Con una adherencia inaudita se apegan a la mente y no importa si el pensamiento vaga de aquí para allá, porque siempre vuelve a ese punto doloroso, lo reitera y lo convierte, al fin, en atributo. Un signo de la propia personalidad, tal como si perteneciera naturalmente a nuestra vida y, en consecuencia, no fuera a evaporarse nunca.
El remedio de ese tipo obsesivo de mal sólo es posible a través de otro recuerdo obsesivo más y de signo opuesto. Pero ¿dónde cosechar ese aditivo benéfico que borre o desbarate el vicio de regresar reiteradamente al dolor y cultivarlo como la más neurótica golosina?