Vicente Verdú
Los animales no ríen porque son del todo incapaces de tomarse a broma. Cuando se medita sobre esta carencia es fácil comprender la tremenda limitación de la vida animal. Es decir, la extrema maldición de vivir sin conocer el sentido del humor y sin humor alguno. La existencia completa, de principio a fin, se sume en la oscuridad de la gravedad. Todo es grave para un animal y simultáneamente falto de todo sentido porque la anulación del humor se lo lleva todo consigo.
Por contraste el gozo de vivir reclama indefectiblemente el perfil de la ironía, la división que introduce el humor, la posibilidad de ver las fisuras del mundo y contemplarlo con una mirada superior. Una mirada superior a la mirada con que el mundo nos contempla.
El animal redunda con su mirada en la que le llega de la Naturaleza y sucumbe poseído por la tediosa opacidad de lo obvio.
La inteligencia del ser humano, en cambio, induce a la interrogación, la interpretación, la contradicción, la paradoja, el ridículo y la risa.
No hay ser más elemental que quien basa su vida en la gravedad, la suprema consistencia moral, el apelmazamiento del ser y el estar, el uno igual a sí mismo, tal como se manifiesta en la perfecta quietud de los animales.