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Una musa es una musa es una musa

Por 10 de julio de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Octavio Paz contaba la anécdota del librepensador que, harto de discutir con un obispo y un marxista ortodoxos, abandonó la mesa sentenciando: "Los dejo con sus masas y sus misas, yo me voy con las mozas que son mis musas." No sé si sea del todo conveniente, y desde luego no es mentalmente sano, transformar a una moza en una musa, pero al menos se trata de un engorro evitable. Contra el proceso inverso no hay defensa. Por más que la interfecta se identifique como musa profesional, presente credenciales y enarbole una carta de El Boomeran(g) donde se le encomienda la misión respectiva, no puede uno evitar el grito de la carne detrás del resplandor.

—¡Quietos, perros! —rugió casi Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels una vez que acabó de acreditar el ímpetu de la jauría que irremediablemente dejé escapar tras ella. Pero no parecía muy asustada. Al contrario, sus ojos daban miedo. De haberme hipnotizado en un parpadeo, Afrodita de súbito me contemplaba con la resolución de quien se basta sola para castrar un buey.

Lejos de interesarme en comprobar sus dotes carniceras, tampoco me acababa de creer su coartada, y de hecho tenía más de una razón para sospechar que la tal Afrodita era una impostora, o una estafadora, o en cualquier caso un peligro latente. "Estas cosas no pasan", me decía, con ese irresponsable paladeo vital implícito en las ganas de rebasar la frontera borrosa de lo verosímil. "Nadie me va a creer", piensa uno.

—Esa es otra razón para escribirlo, coleguita —disparó intempestivamente Afrodita, cual si hubiese leído mis reflexiones íntimas.

—¿Escribir qué? —intenté desafiarla, un tanto infantilmente.

—Escriba lo que sea, pero ya, que se nos va a hacer tarde.

—¿Y así es como pretende usted inspirarme, señorita Martínez-Goebbels? —no le tenía miedo a ella, sino a mí. O en fin, al zombi en que Afrodita podía convertirme en un tronar de dedos. Había que defenderse, por más que fuera inútil y quién sabría si contraproducente.

—La inspiración es pura transpiración, y yo con sus fluidos no me mezclo. Mi papel como musa es exclusivamente incrementar su productividad. Me encanta dar fuetazos, coleguita.

Es seguro que otro que no fuera yo habría sacado a empujones a otra que no fuera ella. De modo que no había nada qué hacer, de muy poco valía intentar resistirse a la fuerza centrípeta de sus solas pestañas, empeñadas en orillarme a encontrar una moza de carne, hueso y entraña en la figura etérea de una musa.

—Tampoco tan etérea, tenemos un contrato y hay que cumplirlo. Y antes de que me diga que ya le estoy leyendo el pensamiento, sépase de una vez, coleguita, que está tratando con una profesional. Todos piensan igual, y hasta en el mismo orden, apenas una llega y se presenta. No sé cómo hacen para no escribir todos la misma novela.

No debería ser motivo de alegría verse identificado con el capataz, pero es un hecho que ahora mismo prefiero someterme al látigo inclemente de su ironía y no al garrote vil de su silencio. No me importa si miente o si me estafa, y si llego a enterarme preferiría hacerme el disimulado. Repetiría cien veces que estas-cosas-no-pasan.

—¿Seguro que no pasan, coleguita? —una de dos: Afrodita del Carmen me está leyendo el pensamiento por telepatía simple o por tecnología bluetooth. En cualquier caso, es una mujer peligrosa. Y es aún más peligroso llamarla mujer. O llamarla siquiera con el pensamiento. Que es como comúnmente llamamos al diablo. Ahora que si las cosas siguen como van, no me parecería del todo extravagante comenzar cualquier noche a llamarlo suegro.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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