Vicente Verdú
Resulta fácil perdonar cuando se entienden bien las excusas del otro pero si esas explicaciones no se reciben o parecen falsas, la ofensa queda exenta de razón, colgando como una pedrada que puede volver a herirnos sin sentido y sin previsión. ¿Perdonar bajo estas condiciones será pues una temeridad? ¿No convendría en estos casos situarse lo más lejos posible de la amenaza de aquél?
Muchas rupturas para siempre se basan tanto en un gran rencor como en un gran pavor. El otro se trasmuta en un temible desconocido y, simultáneamente, en un enemigo, pero un enemigo monstruoso. Un mal fatal, sin cabeza ni proporción. ¿Cómo perdonar entonces a este monstruo descabezado?
Al necio puede ofrecérsele cualquier grado de compasión pero el perdón requiere que quien lo reciba sea en algo consciente de nuestro obsequio. El que perdona, al cabo, tras el esfuerzo de ahogar su orgullo, espera una inteligencia, aún parcial, de su gesto y su valor.
En el extremo, el perdón no valdría nada si la inteligencia del otro sobre nuestro esfuerzo fuera tan exacta que igualara virtuosamente nuestra generosidad. Siempre se necesita para que el perdón tenga lugar en cuanto obsequio, que se realice como donación. Una donación sin total contraprestación. Puede ser que la donación de perdón siembre una deuda para el futuro pero el acto de perdonar sólo se cumple con un déficit de recompensa.
La recompensa al esfuerzo de negar parte del yo sólo se obtiene, paradójicamente, del propio yo. El yo se resarcirá del daño recibido mediante un procedimiento de regeneración semejante al de los órganos que recrecen autónomamente. El yo se reconstituye a partir de su misma mutilación. O bien, el orgullo menoscabado por la ofensa se recupera mediante el orgullo procedente del pedestal del perdón, puesto que el perdón es una facultad que nos iguala a los dioses. Quien puede perdonar posee poder. El perdón engrandece a su protagonista porque pudiendo redimir al otro de su culpa opera como un Salvador. Todo el esfuerzo que requiere perdonar indica notoriamente que se está ascendiendo.