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Alta fidelidad, baja definición

Por 23 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

"Es más fácil mimeografiar el pasado que imprimir el futuro", sentencia la canción de Zeca Baleiro. Ahora bien, ¿quién ha puesto una mano en un mimeógrafo? ¿Quién siquiera los vio, o sabe cómo eran? Antiguamente, el pasado remoto tenía que ver con siglos o milenios; hoy nos cuesta trabajo imaginar cómo era el universo cuando fuimos niños. ¿Quién concibe del todo un mundo monaural? ¿Uno sin internet, ni celulares, ni mp3, ni cds, ni fax, ni videojuegos, ni aparatos de control remoto? Cada vez que asistimos a la proyección de imágenes de los años ochenta, éstas ya lucen lo bastante borrosas para ubicarlas junto a las películas en blanco y negro, que a su vez son vecinas del cine mudo, amontonadas todas en el tiradero de lo que casi nadie quiere ya mirar. Diría incluso que una máquina reproductora de laserdisc parece de algún modo más antigua que un tocadiscos, pues amén de vetusta se ve descontinuada y eso ya es demasiado.

     Hace unos días supe que un antiguo compañero de escuela resolvió, allá por los ochenta, que todo ese blin-blin del compact disc era una estafa planetaria con la que no pensaba colaborar. Desde entonces, el tipo atesora sus long plays, convencido de que aquella es una tecnología superior, cuidando de que sus mágicos surcos no sufran menoscabos apreciables y gozando del hiss cual si fuese un resuello de Marilyn Chambers; tras un cuarto de siglo de pureza inviolable, hoy cantará victoria nada más enterarse de que el mp3 se halla en trance de sepultar al cd, y hasta habrá hecho la cuenta del dineral que ha terminado por ahorrarse. En cuanto me contaron de tan obsceno affaire con la obsolescencia, ya no pude evitar imaginar a aquel sujeto en rigurosa baja resolución, acaso con fantasma y la piel invadida de tonos rojizos. Asimismo supongo que todo ese negocio del video digital y la alta definición le parecerá nada más que un chanchullo intolerable frente a la refulgencia de su Betamax; verá quizás la vida como una suspirante invitación al rewind.

     La apariencia del mundo puede ser similar a la de hace veinte años, no así los aparatos que la registran. Tampoco las costumbres comodinas de sus dueños, entre los cuales pocos ya recuerdan en qué se entretenían mientras se regresaba la cinta. Tengo, eso sí, aún impresa en el coco la imagen de mi padre manipulando los botones traseros de la televisión con el celo de un cirujano cardiovascular, o la mía soportando un programa infumable por la pura pereza de levantarme a cambiar de canal. ¿Qué habría hecho luego sin el control alámbrico de la TV por cable, o sin la Betamax que llegó equipada con mi primer control de rayos infrarrojos? Quienes no contemplamos la posibilidad de pasarnos de nuevo diez horas seguidas jugando al Burger Time en el Intellivision, vemos cualquier posible retroceso como la pérdida de un órgano o un miembro. ¿Cómo a explicarle a un fanático analógico el cariño enfermizo que inspiran ciertas prótesis, y el naufragio que implica verse un día orillado a prescindir de ellas?

     Jamás es uno justo con el pasado, y al futuro tal vez lo sobrestima. Imagino a mi ex compañero de la escuela reparando una cinta de ocho tracks y echando pestes contra la tramposa modernidad de los cassettes. No vayamos tan lejos, ¿cuándo sería la última vez que empleamos la palabra diskette? ¿Hasta cuántas docenas de fotos de una Sony Mavica llegaban a caber en sus mil cuatrocientos humildes kilobytes? ¿Quién no va a carcajearse cuando de aquí a cinco años nos acordemos de una foto pixeleada? Escucho el tic-tac de un reloj analógico y me temo que cualquier día de éstos el futuro despertará obsoleto.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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