Víctor Gómez Pin
Esa cosa tremenda e inasible a la que alude el enamorado cuando (tras escuchar la frase que, por un momento, convierte en menudencias las demás preocupaciones de la vida) añade trémulo: ¿de verdad? Esa certeza que experimentamos de que aquel que está dando su saliva como bálsamo para el muñón infectado del primer desconocido, aunque no tenga segundas intenciones conscientes, no está de verdad dando muestra de amor por los hombres. El sentimiento de que algo chirría cuando en la escucha de un poemario que nos era hasta entonces perfectamente desconocido, el involuntario deslizamiento de un significante o la simple necesidad de paliar un olvido convierte en Qu’il disperse le son dans une terre aride (que disperse el sonido en una tierra árida) en lo que después se supo ser Qu’il disperse le son dans une pluie aride (que disperse el sonido en una lluvia árida)…
La verdad a la que se refiere la frase del enamorado, como la verdad que subyace a los evocados sentimientos de falacia o chirrido, tiene en común con la verdad de lógicos y científicos el carácter de constituir un criterio, criterio en el segundo caso para nuestra ansia de conocimiento -a poder ser apodíctico-, pero criterio en el primer caso en nuestra exigencia de veracidad. Seguiré ahondando en esta distinción.