Víctor Gómez Pin
El mundo que aporta un extranjero
Supongamos que un físico cuántico se traslada con su equipo a un territorio no perteneciente al universo cultural marcado por la civilización técnico-científica que es la nuestra ( por ejemplo el territorio de una de esas comunidades visitadas y dadas a conocer hace más de medio siglo por Claude Levi-strauss) y cuenta con los medios para instalar una escuela de formación, un sofisticado laboratorio, y los instrumentos para efectuar experimentos como los que hoy se realizan en el CERN de Ginebra.
Supongamos asimismo que motivado por el deseo de confrontar alguna tesis antropológica, nuestro hombre elige un grupo de jóvenes, lo más cercanos posible a la adolescencia y que complementa la educación que convencionalmente reciben con una dosis selectiva de nuestra formación científica. Los jovenes son iniciados a la aritmética y a la geometría, posteriormente al cálculo diferencial e integral y finalmente a la topología, con profundización en los espacios de Hilbert.
Es necesario enfatizar que esta iniciación matemática transcurre en paralelo con el aprendizaje de las técnicas propias de la cultura autóctona y relativas a la subsistencia y a la ornamentación, así como ritos iniciáticos, música genuina etcétera. Se trata en suma de personas que, a lo exigido para su plena integración en el medio social que es el suyo, aúnan la condición de matemático, o por mejor decir: la condición explícita de matemático. Precisión esta última que evita tomar aquí partido respecto a la tesis platónica según la cual la matemática sería un universal antropológico, de tal forma que nadie podría realmente ser parte integrante de la sociedad humana sin llevar en su espíritu potencialidades matemáticas que la enseñanza se limitaría a enriquecer y actualizar.
En cualquier caso los así formados en la matemática pasarían después a adquirir una formación en física, pero no se empezaría por la física newtoniana o la relativista, sino directamente por la teoría cuántica, en la versión standard de la misma, a la que en estas columnas me he venido refiriendo a menudo que arranca en una serie de postulados que tienen enormes consecuencias para nuestra interpretación de la naturaleza.
Al cabo de un tiempo de estudio esos jóvenes se hallan familiarizado con las fórmulas relativas a lo que cabe esperar respecto al valor cuantitativo de un observable aun no medido; familiarizados asimismo con la probabilidad de que un valor concreto sea el que sale en una de las medidas, etcétera.
Como hemos dicho que el equipo dispone sofisticados instrumentos de investigación, los jóvenes han podido verificar lo bien fundado de tales previsiones y… de algunas más. Han constatado así que al efectuar lo que se llama una medida de Bell en partículas distintamente localizadas, se establecen entre ellas correlaciones que las hacen de hecho inseparables. Constatan asimismo que en ciertas condiciones el hecho de comunicar tal vínculo entre dos grupos de partículas no contiguos, hace que este se contagie a otros dos grupos de partículas, situados en ámbito espacial diametralmente opuesto al de los primeros (entanglement swapping en la terminología anglosajona).
Los protagonistas de nuestro apólogo constatan en suma modalidades de comportamiento que poco tienen que ver con el de las cosas que forman parte de su entorno y delimitan su vida cotidiana. Pues estas últimas dan muestras de un especial tipo de regularidad en su comportamiento, como si obedecieran a leyes que parecen no afectar a las primeras. Esos jóvenes nunca antes habían reflexionado en los caracteres de tal comportamiento regularizado, pero quizás sí lo hacen ahora incentivados por el contraste.
Se dan cuenta de que la confianza en esa ordenación de los fenómenos naturales es un ingrediente fundamental de su propia existencia. Y como consecuencia de ello viven confiados en que el mal que afecta a una persona no se contagia sino a aquellos que se hallan en contacto con la misma; confiados en que si han dejado ubicado y a buen recaudo algún objeto, este se halla protegido por una existencia independiente respecto a los objetos que se hallan distanciados; confiados en que estas cosas independientes tienen ciertas propiedades inherentes y que para modificar estas propiedades de las cosas (mediante las cuales se distinguen unas de otras) no basta con una intervención meramente imaginaria en las mismas ; confiados en que si la ingestión de determinada pócima resulta favorable para tal estado patológico, en caso de repetición de la patología el efecto a esperar de esa ingestión será aproximadamente el mismo…
Observando el comportamiento de los oriundos de esta nueva cultura, el extranjero se diría que, al igual que los habitantes de su propio país, su espíritu se halla configurado por la idea de localidad-contigüidad, por la certeza de vivir en un continuo poblado de individuos, por la convicción de la irreductibilidad de las cosas al espíritu que meramente las piensa, y por la sumisión de esas mismas cosas a vínculos de causalidad. Tienen todo ello en la cabeza, aunque nunca lo hayan reflexionado, lo tienen ya sea como principios constitutivos o innatos, ya sea como resultado de un proceso de inferencia.
Ciertamente en ocasiones estos principios rectores parecen ser transgredidos, pero ello como consecuencia de poderes raros, los del hechicero por ejemplo, que logra provocar el mal en una persona interviniendo sobre su efigie. Sin embargo el hechicero trasgrede los principios, ni los ignora ni los trasciende. Pues precisamente porque hay transgresión hay anclaje en esos mismos principios. El entorno y la propia vida se hallan regidos por leyes cuya puntual violación en virtud de poderes ocultos no hace sino poner de relieve su peso. Nada que ver con aquello a lo que se ven ahora confrontados, tanto en el dominio práctico (en el laboratorio que el extranjero ha introducido en sus vidas) como en el teórico (en sus computaciones matemáticas )
Pues cabe suponer que simplemente nadie les ha dicho que la Mecánica Cuántica tiene que ver con el ámbito cotidiano, nadie les ha dicho que en la matriz de la misma se halla una tentativa de dar cuenta de ese ámbito cotidiano, nadie ha vinculado el comportamiento de esas partículas al comportamiento de los fenómenos de inmediato percibidos, y por consiguiente no encuentran chocante que las cosas no funcionen en tal ámbito como funcionan en la cotidianidad.
Los jóvenes matemáticos experimentales no creen estar tratando de la naturaleza, no creen así ser lo que nosotros llamamos físicos, término para el cual tienen un palabra equivalente, pero designativa de una práctica cognoscitiva muy diferente de esta nueva en la que el extranjero les ha iniciado.
Se trata para ellos simplemente de un horizonte paralelo, un horizonte de entidades cuyas propiedades tienen una pluralidad de valores posibles, uno de los cuales por razones en parte misteriosas llega a imponerse sobre los demás; entidades que muestran incompatibilidades entre rasgos que en el mundo de la cotidianidad no solo se perciben en una misma cosa, sino como caracteres definitorios de la misma.
Espero que este apólogo ayude a la intelección de algo ya en columnas anteriores expuesto y que hoy retomo.