Víctor Gómez Pin
Por una amable invitación de Euskal idazleen Elkartea ( Sociedad de escritores vascos), tuve recientemente ocasión de permanecer un mes en el puerto guipuzcoano de Pasaia, dónde mi amigo el poeta y filósofo Juan Ramón Makuso se esforzaba en traducir al Euskera una Analectas ("cosas recogidas") de Marcel Proust, parte de la cual ha ido apareciendo aquí mismo. Siguiendo los pasos del escritor Manuel Rivas cuyo poemario A desaparición da neve acaba de ser publicado por Alfaguara en Gallego, Catalán, Euskera y Castellano, intentaré que lo mismo ocurra con esta Analectas proustiana. En cualquier caso el inicio del proyecto me ha permitido familiarizarme con un admirable ámbito portuario que pese a la proximidad a San Sebastián (ciudad a la que he estado muchos años vinculado) sólo conocía superficialmente.
Pasaia tiene una entrada de mar angosta, respondiendo así a la característica de un puerto natural, que supone para los barcos refugio, pero también amenaza puesto que hay evidente riesgo de embarrancar, ya que el calado no es profundo y en los márgenes hay numerosas rocas. De ahí que tanto a la salida como a la entrada a la imagen de los grandes cargos acompañe siempre la del llamado "práctico", una pequeña embarcación que les guía y que en ocasiones acude en su búsqueda hasta varias millas de la costa. Las primeras poblaciones que la tripulación de un barco contempla al adentrarse en el puerto son San Juan a la izquierda, y San Pedro a la derecha pero al final de estas la bahía se ensancha y tras San Pedro se despliegan por la derecha, Trincherpe, Pasajes Ancho, Rentería (en la que desemboca el río Oyarzun), cerrándose la bahía en Lezo, población desde la que se retorna a San Juan a lo largo de un embarcadero dónde se encuentran un gran muelle para la carga de vehículos de exportación, seguido de otros dónde se embarca chatarra y se descarga carbón para la central hidroeléctrica; vienen después los astilleros, operativos pese a la crisis del sector y finalmente- ya de nuevo en San Juan- un paisaje de pequeñas embarcaciones pesqueras, chipironeras muchas de ellas-
Los pueblos que rodean la bahía son muy diferentes entre sí. San Juan y San Pedro se remontan al siglo XVIII, mientras que Trincherpe surge como resultado de la inmigración marinera- principalmente gallega- a mediados del presente siglo; Rentería es una población esencialmente industrial duramente afectada por las sucesivas crisis y Lezo, a pesar de su origen también marinero, es hoy un núcleo de pequeña industria y agricultura. Lógicamente esta diversidad sociológica tiene traducción en el plano cultural y en particular lingüístico: mientras que en San Juan o Lezo se habla predominantemente Euskera, en Rentería se oye con mayor frecuencia el castellano y en Trincherpe no es difícil escuchar a personas que se expresan en lengua gallega.
Esta diversidad no impide que el marino o viajero que recae en cualquiera de las poblaciones mencionadas tenga una sensación de que cada una no es sino la concreción particular de un único lugar, común denominador que viene dado por la existencia misma del puerto. Compartir la rivera de una bahía que constituye todavía un puerto vivo supone indudablemente un rasgo de identidad importantísimo, el cual obviamente se diluiría, no ya si el puerto desapareciera, sino si fuera adulterado en su función, si-por ejemplo- los grandes cargos fueran reemplazados por cruceros, los pesqueros medianos por yates, las chipironeras por veleros de recreo, y los muelles dónde se despliegan las montañas de chatarra y de carbón por asépticos lugares de anclaje para embarcaciones de ocio. La trasformación espiritual de Pasaia sería ya total si- como desgraciadamente ha ocurrido en tantos y tantos lugares- la economía de la orilla centrada en el puerto pasará a ser una economía de servicios, con sectores enteros de la población viviendo del turismo. Este destino fue proyectado al parecer por más de un responsable político y económico, tomando incluso como pretexto necesidades imperiosas de renovación. La regeneración de la bahía sólo es tal si tiene como finalidad precisamente de prolongar la actividad tradicional del puerto, protegiendo la salud de la costa y con ello la persistencia de los bancos de pesca, garantizando- eventualmente con inversiones públicas- la actividad de los astilleros, y la competitividad de la actividad de carga. No hay regeneración si la reforma se hace al precio de sustituir la modalidad de actividad imperante por una economía volcada en la explotación del ocio.
En ciertos lugares, esta sustitución se ha realizado ya exhaustivamente. Paradigmático es el caso de Barcelona, dónde la actividad portuaria más tradicional ha sido desterrada a parajes de El Prat de LLobregat, mientras que el antiguo puerto sólo está prácticamente abierto a embarcaciones de recreo. Los cargos atracan en un paisaje sin moradores y los habitantes- en ese apagamiento del alma que es el entorno del llamado Maremagnum- sólo ven llegar por el mar seres ociosos. Esperemos que Pasaia escape a ese destino.