Víctor Gómez Pin
Madre de todas las celebraciones", "Tocar el cielo" "El día más feliz"…Tales son algunos de los titulares con los que la prensa barcelonesa de todas las tendencias evocaba hace unas semanas el triunfo reciente del equipo insignia de la ciudad.
Y efectivamente, cientos de miles de ciudadanos se lanzaron a la calle para pregonar, con bocinazos, gritos, agitación de banderas y declaraciones explícitas de estado de ánimo el sentimiento de fiesta que les embargaba, o debería embargarles. No pude dejar de evocar la escena en París a la que en el texto anterior me refería. No pude dejar de preguntarme si esa necesidad de repetirse compulsivamente que se había ganado correspondía a algún sentimiento profundo de que la fortuna había reparado en uno. Pensé una vez más que, así como la virtud real no se predica sino que se practica, la declaración a bombo y platillo de las razones que se tienen para celebrar no suele ser característica de los seres (más bien silenciosos y hasta tímidos) cuyo interior es realmente una fiesta.