
Víctor Gómez Pin
Decía hace unos días que ver el destino moral propio en la caritativa compasión ante el muñón ajeno es incompatible con todo auténtico ideario de fraternidad. Mas, como toda mentira, la falsa fraternidad tiene efectos en relación al mal del que se nutre. La consideración de seres humanos como objetos de pasiva atención asistencial, no sólo es en general inútil para hacerlos escapar a su postración, sino que introduce una asimetría generadora de odio (cuando hay conciencia de la misma) y de resentimiento (en el caso de ceguera). Trasmito sin mayor comentario párrafos de un artículo de Michel Galy, publicado recientemente en Le Monde Diplomatique:
"En la República Democrática del Congo las asociaciones humanitarias occidentales disponen de importantes medios. Pero en Kinshasa, los miembros de éstas viven todos juntos. Hasta el punto de formar una micro-sociedad cuya presencia desordena la vida social…¿Es que los humanitarios formarían lo que los sociólogos denominan una "sociedad paralela", con sus ritos, sus códigos y sus redes mundiales?… En Goma y en Bukavu, allí dónde se encuentran los campamentos de refugiados y por ende responsables humanitarios que llegan de todo el mundo, los hoteles de lujo y las residencias de la ONU brotan como hongos en medio de un paisaje magnífico, hasta el punto de que ha aparecido una mafia local que se enriquece y se destruye…
¿No hay nada nuevo bajo el gran cielo africano? Se puede comparar esta gesta con la de los "oficiales de asuntos indígenas" de antaño, pero al menos estos últimos estaban al tanto de las costumbres y lenguas locales en la famosa escuela colonial (EFOM)…Mal que bien existen numerosas asociaciones de desarrollo congoleñas. Les falta reconocimiento y a veces desarrollan un fuerte rencor contra un ‘humanitarismo occidental’ con tanto poder y tranquilidad de conciencia".