Víctor Gómez Pin
El texto que llevaba el título de "La furca en la que la naturaleza retorna" (alusión a Naturam expellas furca, tamen usque recurret, en el original de Virgilio que me facilita uno de mis interlocutores) ha dado ocasión a agudas observaciones de mis amigos el catedrático de psiquiatría Enrique Baca, el filósofo y matemático Javier Echeverría y el profesor de historia de la medicina y ensayista, José Lázaro, a las que intento dar aquí respuesta conjunta. Como las objeciones a veces se solapan, en algún momento se cruzan las respuestas a uno u otro interlocuto.
Algunas de las objeciones que, en escrito desde Praga, me hace Javier Echeverría apuntan a una auténtica diferencia conceptual o filosófica de fondo entre nosotros (siempre las ha habido y no se ve como sin ellas podríamos estar dialogando). Otras son más bien expresión de un equívoco y mirando de cerca estamos más bien próximos. Por ejemplo lo relativo a las propiedades emergentes, que abogarían en contra de un reducionismo físico que entrevé en mi texto. Javier Echeverría me señala:
"Las células eucariotas (y otras formas primitivas de vida) fueron propiedades emergentes (o sobrevenidas) a partir de sistemas físicos previamente existentes, más no por ello son explicables en términos puramente físicos. Otro tanto cabe decir de la emergencia del lenguaje humano, o del arte, o de la pólis. La emergencia de nuevas expresiones (y propiedades) a partir de sistemas previamente constituidos es una de las bases de la teoría general de sistemas".
Mi respuesta es que siempre he sido partidario de la tesis de propiedades emergentes, incluso las llamadas "de segundo orden", que tendrían por así decirlo vida propia en relación a sus causas y que el pensador americano John Searle excluye por considerarlas contrarias al carácter transitivo de la causalidad y precisamente por mi convicción de la irreductibilidad del lenguaje humano a las limitaciones de todo código de señales [1] Cierto es sin embargo que yo tiendo a sostener que sólo en el lenguaje humano se darían esas propiedades o rasgos irreductibles que Searle excluye. Nuestro diferencia reside en el espectro de lo que consideramos emergente e irreductible.
En relación a mi cita del profesor Ishman del Imperial College según la cual Mecánica Cuántica es la única de las ciencias que se enfrenta sin ambages al problema del ser, Javier Echeverría escribe:
"Yo no estoy tan convencido de que la mecánica cuántica sea la única ciencia que se confronta al problema del ser, que en todo caso será el problema del ser físico. Otras ciencias también se confrontan al problema del ser, por ejemplo al del ser vivo (¿cuándo un ser vivo es un ser humano?, o al del ser matemático, o al del ser social o al del ser artificial, o al del ser dios. El problema del ser tiene varios modos de ser abordado sin ambages, no uno sólo. A no ser que se presuponga la existencia de una "vanguardia de la ciencia", por ejemplo una ciencia primera, y que ésta sea la mecánica cuántica, hoy en día. La hipótesis de la ciencia primera habría que demostrarla, o cuando menos argumentarla comparando unas ciencias con otras, no basta con aseverarla… Hay varios problemas filosóficos, no uno sólo. Afirmar que hay un problema que tiene primacía sobre todos los demás resulta equivalente a trasladar la figura de Dios al ámbito del deseo de saber: el Dios-filósofo. Bien está ocuparse del problema del ser, pero hay otros problemas no menos importantes, y tan comunes como el del ser. .
Mi respuesta es que yo no defiendo exactamentr la tesis de la prioridad ontológica de la física. De hecho enfatizo que la vida, precisamente en su emergencia misma, supone ya una relativización del peso ontológico de aquello de lo que se ocupa el físico, de lo contrario la biología sería parte de la física. Pero sí estoy de acuerdo con Ishman en que, de manera explicita, practicamente son los físicos los que proclaman su voluntad de ontólogos, y ello no es por azar: la mecánica cuántica al revolucionar nuestro concepto de naturaleza elemental crea digamos la sospecha sobre el resto de modalidades de la naturaleza (obliga a replantearse nuestras ideas sobre las mismas ).
La física cuántica tiene ya casi un siglo de existencia , pero sigue produciendo estupor no sólo en los físicos sino en aquellos que por algún tipo de curiosidad filosófica se acercan a ella. El psiquiatra Enrique Baca, en el escrito evocado, al que respondo algo más adelante, confiesa al respecto lo siguiente:
"No sé (no tengo instrumentos conceptuales para poder saberlo) si la eterna cuestión del ser se agazapa en los meandros de la mecánica cuántica. Sus postulados son, sin duda, fascinantes y los problemas que plantea sobre la realidad y sobre el ser de la realidad (que es, en definitiva, la realidad del ser) me producen vértigo."
Vértigo al que algunos intentan escapar diciéndose que se trata de un problema digamos ya antiguo, y que debe haber interrogaciones filosóficas hoy más imperativas. Pues simplemente:!no¡. La vigencia de un problema filosófico depende de su potencialidad para seguir produciendo estupor en el que toma conciencia del mismo, no del grado de novedad que constituye. Hoy como hace medio siglo elucidar si la naturaleza responde a los postulados clásicos con los que tanto la conciencia científica como la conciencia ordinaria la contemplaba, es algo que "concierne a la dignidad misma del espíritu humano". Por mucho que se haya dicho de todo sobre la relación de incompatibilidad entre observables (principio de incertidumbre) y sobre la armadura teórica que lo justifica, el que se acerca a su vez al problema lo vive con la frescura con la que lo vivieron sus descubridores.
Este esbozo de respuesta no impide que, a la hora de medir cual es el peso ontológico de una u otra disciplina sea muy útil lo que Javier Echeverría me señala en relación a disciplina emparentadas a las nano-tecnologías:
"¿No afecta a la cuestión del ser y a la filosofía de la naturaleza la posibilidad -hoy en día efectiva- de generar nuevos materiales (nanomateriales, no existentes en la naturaleza) operando a escala nanométrica (y por ende atómica) sobre materiales previamente existentes, y transformándolos?…Dicho de otra manera, los tecnofísicos (nanocientíficos y nanotecnólogos, como ellos mismos se denominan), por supuesto que "operan o transforman en el registro de las entidades físicas" , y lo hacen teniendo muy en cuenta las determinaciones de la mecánica cuántica, incluido el principio de indeterminación de Heisenberg y la dualidad onda-corpúsculo. Para ello no recurren a las matemáticas (aunque las conocen y las tienen en cuenta), sino a algo distinto: las simulaciones tridimensionales de los átomos y las moléculas, hechas mediante ordenador (realidad virtual)."
Es cierto que no considero suficientemente en mis hipótesis el peso de ciertas tecnologías auténticamente subversivas. Añadiré algo que el genetista Andrés Moya enfatizó en el último Congreso Internacional de Ontología, a saber, que por mucho que la ciencia se halle en el origen motivada por exigencias de inteligibilidad, la técnica contemporánea, surgida de esa misma técnica está en ocasiones posibilitando que quepa intervenir de manera perturbadora en rasgos característicos del sujeto de la ciencia. Quizás el ser marcado por el deseo de conocer se halla a punto de poder ser modificado en su esencia misma por los frutos de su conocimiento.
Echeverría me hace también alguna consideración sobre el uso que hacía en mi escrito del término "creación". De facto yo lo utilizaba más bien retoricamente para excluirlo. Simplemente quería enfatizar el hecho de que, cuando el físico utiliza un operador del cual el vector de estado del sistema no es propio (para ser preciso, cuando operar fisicamente en conformidad a esta situación matemática) y acaba determinando el valor real correspondiente a un vector que sí es propio del operador, de alguna manera ha "creado", aunque obviament no ex-nihilo. En todo caso es imposible decir que se ha limitado a descubrir algo ya dado.
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Enrique Baca me hace una serie de objeciones relativas a la tesis de que nota distintiva de la humanidad es la aspiración al conocer, señalando el peso de la "conducta exploratoria", aunque él mismo reconoce que se trata de una conducta innata, determinada por finalidades inmediatas y circunscrita al mundo circundante (Enrique evoca el um-Welt del hoy raramente citado von Uexkül). Y efectivamente ahí reside la diferencia fundamental:
Lo que Aristóteles está indicando al poner el énfasis en el deseo de conocer como expresión del rasgo característico del ser humano es lo mismo a lo que apunta el físico Max Born cuando se refiere al "ardiente deseo de toda mente pensante" precisando que este deseo no se aminora en absoluto por el hecho de que aquello que se trata de elucidar "sea eventualmente totalmente irrelevante para nuestra existencia". El hombre tiene simplemente una aspiración desinteresada al conocimiento. O por mejor decir: el hombre tiende a realizar su condición de ser de razón entre otras formas en el acto de conocer por conocer.
Precisión con la que indico mi simpatía con la tesis kantiana de que la disposición de espíritu que mueve a la actividad artística es una modalidad de la razón no exhaustivamente reductible a la operación de conocer. En cualquier caso la tendencia a fertilizar nuestra facultad de lenguaje y de razón (en los múltiples sentidos en los que Kant se refería al término) con independencia de beneficios prácticos es lo más natural , de ser cierto que en tal facultad reside nuestra nturaleza.
Vinculadas a ests observaciones de Enrique Baca evoco una oportuna advertencia que me hace Javier Echeverría sobre el peligro de que el deseo de saber eclipse otros deseos: "cierto es que el deseo de saber se manifiesta a veces "entre nosotros"; pero también se manifiestan a veces el deseo de poder, el deseo de tener, el deseo de vivir, el deseo de sentir, el deseo de valer, el deseo de morir y el deseo de ser reconocido (¿y querido?), entre otros muchos. ¿Por qué habría de primar el deseo de saber sobre esos otros deseos "demasiado humanos"?
Tengo un esbozo de repuesta: los demás deseos están- a diferencia de lo que ocurre con las necesidades animales- mediatizados por los rasgos distintivos de nuestra naturaleza que son la razón y el lenguaje los cuales están en la matriz del deseo de saber. Dicho algo abusivamente: hasta el hambre es en nuestro caso asunto "espiritual", como prueba la simple existencia de patologías psíquicas de todo tipo vinculadas a la alimentación. De todas maneras soy consciente de que esta respuesta hoy ya clásica no es del todo satisfactoria (cabría hablar quizás de esbozos de tales patologías en animales no dotados de lenguaje y razón)
Enrique Baca me señala asimismo sus dudas respecto a mi afirmación de que " conocer es enfrentarse a la alteridad", indicando que el físico no se enfrenta a alteridades sino a realidades. Situación que le separaría por ejemplo del médico para quien el otro yo está tan presente que necesita precisamente protegerse de tal presencia. Obviamente todo reside en un uso diferente del término alteridad. Yo utilizaba el término en un sentido más genérico que incluye la realidad física arrancada a su opacidad inmediata precisamente por el el trabajo de la razón humana. Pero de todas maneras tratándose de la Mecánica Cuántica, la confrontación a la alteridad del entorno es ya indisociable de la confrontación a la intersubjetividad, dada la dificultad, por un lado de escindir realidad e interpretación de la misma y por otro lado la imposibilidad de separar tal interpretación del acuerdo intersubjetivo sin el cual es imposible hablar de ciencia (empezando porque sin lenguaje no hay ciencia y el lenguaje es imposible sin la intersubjetividad).
En la medida en que la base de mi escrito se sustentaba en el enorme peso filosófico que indiscutiblemente tiene el llamado "formalismo matemático de la Mecánica Cuántica", Enrique Baca apunta pertinentemente a un tema fascinante que por hoy no pudo sino evocar, a saber, el del lazo mismo entre la condición humana y la matemática, cuya potencia -como señalaba Erwin Schrödinger- reside en que tropiezas con ella allí dónde no la esperabas (por ejemplo tras ese universal antropológico que es la música). En cualquier caso Baca parece posicionarse frente a la inclinación pitagórico-platónica que tiende a ver en la matemática no sólo la esencia escondida del entorno natural, sino también de la condición humana. Enrique Baca, presenta así a la matemática como una suerte de protuberancia del propio ser humano que iniciaría su deshumanización : "las matemáticas no son humanas y si lo son (que pueden serlo) "exprimen" la realidad del hombre hasta hacerla inhumana por completo. Y entiéndaseme bien: inhumana en el sentido, si así se quiere, de extrahumana, suprahumana, metahumana. Que incluye a lo humano pero ampliamente lo trasciende. Como la metafísica." Dejo el tema para un ulterior debate, en el que tendría mucho que decir Javier Echeverría (por cierto muy partidario de hablar de matemáticas en plural, y no como yo suelo hacerlo de matemática)
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Por su parte José Lázaro, intercalando reflexiones sobre mi escrito y el de Enrique Baca, me presenta muy detalladamente un objeción que cabe sintetizar de la forma siguiente:¿en razón de qué privilegiar para la apuesta del filósofo unas disciplinas sobre otras?
Lo esencial de mi respuesta: Simplemente en razón de lo que en ese momento parece conceptualmente urgente…y aquí hay desde luego un aspecto subjetivo:
Está fuera de duda que sin mi inclinación actual a ver una interrogación clave en la cuestión de la naturaleza, no estaría focalizado en la Mecánica Cuántica todo el día o casi… Y digo casi porque hace unas semanas solicité al propio José Lázaro si podía hacerme llegar un viejo escrito de Javier Echeverría relativo al Capital. El texto de Javier me había parecido en su momento particularmente lúcido en su radicalidad. Y retomarlo-en lectura más o menos crítica- treinta años después – sería un buen inicio para actualizar entre nosotros la exigencia imperativa de analizar el funcionamiento del dinero, y las razones por las cuales está efectivamente reduciendo practicamente todas las actividades humanas. Precisamente para dedicarse con decencia a una tarea filosófica (por ejemplo la de sopesar el auténtico peso ontológico del formalismo cuántico
es necesario ser lúcido relativamente a los mecanismos que determinan el marco social en el que uno se inserta , y que por momentos hacen sentir que el filósofo responde a la caracterización de "forma abstracta del hombre alienado".
En suma una lectura militante de ciertos textos de Marx, hoy penetrantes como rayos X, forma parte de un proyecto de superar la "barbarie del especialismo". Y volviendo a la interrogación general de José Lázaro relativa a la dificultad de sopesar entre las disciplinas especializadas, a fin de determinar cuáles son aquellas de las que no cabe prescindir, esbozo de respuesta es:
No podemos abarcar todo, pero, cada vez que un problema nos concierne estamos obligados a procurarnos los recursos mínimos para responder al mismo.
La dificultad estriba en que como nos conciernen problemas diferentes nos dispersamos a veces, pero esta dispersión es sana: es la prueba misma de la imposibilidad de ser unidirecionales.
No hay remedio a esta contradicción. Si he de responder a las objeciones de Enrique Baca (bien próximas por otro lado, pues algunas me las pongo yo mismo) estoy obligado a considerar asuntos técnicos relativos a genética, etología, psicología, etcétera. ¿Qué no doy abasto? Sin duda, por eso la filosofía es siempre un gesto insatisfactorio, pero el que se limita a un ámbito en el que sí da abasto gana en precisión puntual lo que pierde en sentido (el viejo problema de la insignificancia).
De lo que no hay duda es de que hay, más aun que ayer, un problema general de alienación que hace que el trabajo filosófico ha de aspirar no sólo a vincularse a la ciencia y al arte sino a constituir en sí mismo una praxis. ¿Asunto trasnochado? En absoluto. El triunfo absoluto del capital pareció un tiempo trivializar lo insoportable de que la potencialidad de los seres humanos sea convertida en mero instrumento al servicio de ese mismo capital. Puro espejismo. Filosóficamente tenemos los mismos imperativos que 30 años atrás, pero la urgencia es mayor.
[1] Vale la pena transcribir aquí la caracterización por John Searle de los rasgos emergentes: "Un rasgo F es emergente 2 si y sólo sí es emergente 1 y F tiene poderes causales que no pueden ser explicados por las interacciones causales de los elementos a, b, c `(a partir de los cuales emerge). Si la conciencia fuera emergente 2, la conciencia podría causar cosas que no podrían ser explicadas por la conducta causal de las neuronas. " El redescubrimiento de la conciencia, Crítica, Barcelona p.122