Víctor Gómez Pin
¿Qué se aprende, por ejemplo, cuando se impone una exigencia cabalmente ética es decir no reductible a conveniencia? ¿Es la disposición ética el resultado de un proceso análogo al que lleva al conocimiento técnico, o se trata de una disposición irreductible del espíritu humano que en ciertos aspectos entraría incluso en contradicción con las leyes evolutivas. Sin espacio aquí más que para evocar el asunto, señalaré que el biólogo y filósofo T.H. Huxley (1825-1895) considerado algo así como el abogado defensor de la ortodoxia darwiniana, en su libro Evolution and ethics (publicado en 1894) sorprendió a muchos de sus seguidores presentando la disposición ética de los humanos como una suerte de superación de lo inmediatamente dispuesto por la naturaleza. En la hipótesis (no por todos compartida) de que la moralidad es un rasgo propio de la especificidad humana, la concepción de Huxley vendría a suponer que no se trata de un refinado momento al que se habría llegado a través de la continuidad evolutiva, sino una ruptura con esta. El darwinismo dejaría de ser operativo cuando nos introducimos en el universo de la ética Caricaturizando un tanto, tal posición equivaldría a sostener que, de seguir la pauta estrictamente evolutiva careceríamos del mínimo bagaje de altruismo. Altruismo sin el cual, sin embargo, no es concebible la sociedad humana.
Siguiendo la vía abierta por Huxley, otros estudiosos han radicalizado la posición considerando que la emergencia de un sentimiento ético es algo más que una ruptura de continuidad en la evolución. Se trataría de una auténtica contradicción, en la que la economía natural se negaría a sí misma. En suma: el darwinismo dejaría de ser operativo cuando nos sumergimos en el universo de la ética.
Como no podía ser menos, las reacciones de los partidarios de una antropología sustentada en una versión integradora y en la continuidad darwiniana han sido múltiples. Se trata fundamentalmente de sostener que, en alguna medida, la simpatía con los demás, la inclinación a ayudar a otros miembros de la especie (y no sólo de la especie), incluso la disposición al sacrificio están presentes en nuestra naturaleza inmediata, en razón de que esta es de orden animal, y que los animales mismos ofrecen inequívocas muestras de moralidad. Como decía, no puedo aquí más que evocar el problema, de una enorme trascendencia filosófica.
Y en otro orden: Calixto, el desafortunado protagonista de La Celestina, habla verídicamente sin apercibirse de ello y sus jóvenes criados, Pármeno y Sempronio ven en ello como un eco del destino de Virgilio, es decir, el destino de quien encarna emblemáticamente la figura del poeta. Pues bien, ¿en qué la manera de hablar de Virgilio enriquece el elemento comunicativo del discurso? Y por evocar a autores más cercano a nosotros, ¿qué supone para el interlocutor la sentencia (núcleo de un poema de Paul Eluard considerado paradigma de la literatura contemporánea) “El mundo es azul como lo es una naranja”? Otras veces he puesto como ejemplo los siguientes versos del “Llanto” de Lorca: “La piedra es una espalda para llevar al tiempo/Con árboles de lágrimas y cintas y planetas”. La pregunta que formulo es muy clara: ¿Es posible reducir una frase poética a una composición sintáctica portadora de información?
Estoy intentando señalar simplemente que nuestra inteligencia supone modalidades que van más allá de lo que la experiencia, la técnica y el conocimiento científico suponen; modalidades que pasan por la ´disposición ética y asimismo por algo filosóficamente tan problemático como la comunicación estética. Si hablamos de inteligencia artificial en el sentido cabal del término inteligencia, no podemos dejar de lado ninguno de estos aspectos.