Víctor Gómez Pin
A los ojos del Narrador los diferentes actos de las vidas de las personas que frecuenta o conoce parecen vinculados, más que por la cronología, por el hecho de tener a la vez matriz y confluencia en este libro de cuya tesis se convierten en una suerte de capítulos expositivos. Las adolescentes de Balbec, frívolas y más bien cursis, los ociosos frecuentadores del salón Verdurin, los que, presas de sus pasiones, arruinan sus vidas, los que por el contrario las han puesto al servicio del conocimiento o la creación, los que están presentes en el "guiñol científico-filosófico" que el epílogo del libro constituye, los que sólo son allí evocados (en razón quizás de haber ya sucumbido ), los que el Narrador ha conocido personalmente y aquellos de los que tan sólo ha oído hablar, los que fueron o son entonces sus contemporáneos y los que pertenecen a épocas pasadas… todos serán finalmente homologados por el hecho de ser cómplices del Narrador en lo que él llama "exigencias de mi demostración". Homologados por tal función y también redimidos por ella. Todos, incluidos Madame Verdurin y los deleznables yerno e hija de la Berma (la intérprete de tragedias que la ruindad moral de sus próximos conduce a la tumba), se salvan por el hecho de tener la suerte de haber sido seleccionados y de contar con una aparición, ya sea alusiva, en el libro:
"En el fondo sólo lo hacía (Odette contando al Narrador sus peripecias sentimentales) para procurarme lo que ella creía ser temas, novedades. Se equivocaba, aunque siempre había sido fuente de alimento para mi imaginación, ello había ocurrido de manera más bien involuntaria y era como por un acto que emanaba de mi mismo que las leyes de su vida eran, sin que ella se diera cuenta, destiladas." (p. 1023.)