Víctor Gómez Pin
Insuficiencia del conócete a tí mismo
Como es obligado, dada mi condición de profesor de Filosofía, he reiterado aquí una y otra vez la tesis aristotélica relativa a que las facultades que nos singularizan respecto a los demás animales son las que se fertilizan o realizan a través de lo que denominamos conocimiento: conocer, o más bien desear conocer, es lo nuestro. Y al menos no hay duda de que en ocasiones el deseo de saber se manifiesta. El ansia de conocer no se satisface sin embargo siguiendo la invitación socrática a intentar ser espejo reflexivo de sí mismo. A veces, conocer es quizás precisamente salir de sí mismo, salir de la redundancia estéril a la que a menudo se reduce la auto- observación.
Conocer es enfrentarse a la alteridad, ya sea superando su opacidad, ya sea generando tal alteridad cuando el conocimiento se vincula a una operación creativa. El científico y el artista serían las dos modalidades paradigmáticas de esta confrontación. Una de las formas del deseo de inteligibilidad que marca a la ciencia es la disposición general que caracteriza al físico. Esta disposición sin embargo es más o menos digamos sofisticada y en parte ello depende del sector de la disciplina.
Transcribía en un texto anterior las palabras de un profesor del Imperial College de Londres afirmando que la Mecánica Cuántica es la única de las ciencias que se enfrenta sin ambages al problema del ser. Convencido de ello y convencido asimismo de que el problema del ser es de hecho el problema, aquello que (en un registro más o menos oculto a nosotros mismos) a todos concierne, intento aquí hacer concreta esta idea. De alguna manera me sirvo de la Mecánica Cuántica para hacer perceptible cual es el problema ontológico y a la vez intento mostrar que los términos mismos del problema quedan radicalmente perturbados por esa misma Mecánica Cuántica. Permita el lector que empiece hoy recordando asuntos que pueden parecer obviedades pero alguno de los cuales, como veremos, quizás no lo sea tanto:
Obviedades…que no lo son tanto
El físico es alguien que aspira a observar rasgos de las cosas que corresponden a su naturaleza inmediata. El físico no se ocupa, por ejemplo, de lo que tiene la complejidad de la vida; ante un animal el físico hará abstracción de lo que sí estudia el biólogo. Cabe decir que todo lo que determina el físico está implícito en lo que determina el biólogo, sin que la recíproca sea cierta. Por decirlo claramente: todo ser vivo responde a los rasgos más generales de las entidades físicas, pero no a la inversa.
Pongámonos en la tesitura de que somos físicos: sospechamos que una cosa ofrecería a nuestra observación rasgos interesantes y queremos efectivamente observarlos. A veces el acceso a lo que nos interesa observar está al alcance digamos del ojo: descubrimos el velo que la encubre y el rasgo aparece (intento evitar el término propiedad porque supondría ya considerar que, aunque oculta, la cosa tiene ya eso que aun no percibimos, asunto que precisamente es objeto de debate ).
Otras veces, sin embargo, el acceso a lo que nos interesa exige mayores mediaciones. Así para observar un planeta alejado necesitamos un telescopio y para observar el comportamiento de una entidad diminuta necesitamos un microscopio. Atengámonos de momento a lo diminuto. Supongamos por ejemplo que se trata de una partícula elemental, un electrón por ejemplo, y que nos interesa saber el valor exacto de una magnitud física de tal partícula. Supongamos asimismo que tenemos los instrumentos técnicos que nos permiten acceder a tal observación.
La primera pregunta
Obviamente, antes de la intervención física no sabemos la cifra que llegaremos a observar, pero por ello mismo tiene sentido la siguiente pregunta:
¿Tenemos alguna manera de efectuar una previsión rigurosa de lo que saldrá? Es decir: ¿tenemos algún procedimiento matemáticamente formulable que nos permita algún tipo de expectativa? Sí la tenemos, o sí la tienen los físicos, al menos tratándose de cierto número de entidades y un número limitado de observables. Cabe decir: aunque aun no exploramos fisicamente la cosa, estamos en condiciones de avanzar una razonable previsión de lo que en ella observaremos. Dejo de lado el problema de la fórmula matemática concreta que permite avanzar lo anterior, para concentrarme, en lo esencial[1]
El peso de términos usuales
Lo que permite realizar previsiones sobre la magnitud del rasgo que llegaremos a observar es una entidad matemática llamada operador. Pongo en cursiva la expresión a fin de enfatizar el hecho de que es algo cuya esencia es efectuar una intervención, en general transformadora de aquello sobre lo cual interviene, a saber otra entidad matemática.[2] Este aspecto transformador alcanza mayor envergadura si se añade lo siguiente: el procedimiento físico mediante el cual accedemos al observable que nos interesa, es hasta tal extremo indisociable del operador matemático que nos permite hacer previsiones que de hecho este último es denominado observable-operador
Conocimiento versus redundancia
Lo que estoy indicando es que si efectuar una previsión es operar o transformar algo en el registro matemático, intentar verificar experimentalmente tal previsión es operar o transformar en el registro de las entidades físicas.[3]
Hay -como veremos- casos en los que el operador matemático se encuentra ya con aquello que debería ser resultado de su intervención y correlativamente alguno de los únicos observables a los que puede conducir el experimento físico se encuentra ya esperando al experimentador, convirtiendo de alguna manera su esfuerzo en estéril redundancia (como si un cirujano encontrara ya efectuada la única incisión para la que su instrumento es apta, o el ladrón encontrara abierta la cerradura para la que forjó una específica llave). Se trata sin embargo de casos particulares, haciendo abstracción de los cuales empieza ya a tomar cierto cuerpo la ya casi popular tesis de que conocer no es una actividad neutra, que acceder a observar lo que interesa no se hace sin cirugía. Lo cual no quiere decir que los lugares comunes que al respeto se iteran se correspondan exactamente con la cosa.
Un conocimiento irreductible al descubrimiento y a la creación
Revisemos un extremo esencial de lo que precede:
Antes de proceder a una experimentación en física, tenemos un expediente matemático que posibilita un cálculo de lo que cabe esperar, un cálculo que constituye una previsión, sin que ello signifique en absoluto que sabemos lo que necesariamente saldrá. Nótese que habría dos maneras de que nuestro cómputo constituyera un saber de lo que necesariamente saldrá:
1)Hipótesis realista:
La fórmula se refiere a algo que la cosa tiene y que antes de la fórmula ignorábamos. Tenemos además la seguridad de que el hecho de intervenir sobre la cosa para constatar fisicamente lo que la cosa tiene y que la fórmula ha previsto, no perturba esta misma propiedad, sino que simplemente la desvela. Hemos visto que esta hipótesis no es válida en la generalidad de los casos, y que aquellos en los que sí es válida tienen tan poco interés como el construir más o menos laboriosamente una llave apta en exclusiva para un tipo de cerraduras que ya están abiertas.
2)Hipótesis "creacionista":
La observación experimental que sigue al cómputo matemático no constituye una mera intervención, sino un acto de creación. Como el Dios de los filósofos de inspiración platónica, calcularíamos previamente aquello que nos disponemos a hacer emerger. Tampoco esto funciona, al menos si por creación se entiende hacer emerge ex-nihilo, puesto que hay un estado de la cosa respecto a la cual efectuamos nuestros cómputos.
Se trataría en todo caso de hacer emerger a partir de algo que encierra en potencia aquello que emerge, pero esto es algo que hace simplemente, por ejemplo, el artesano, cuando a partir de determinado material forja un objeto. Sin duda, al menos cuando es fiel a su origen, la ciencia responde a exigencias de inteligibilidad, y en consecuencia la disposición meramente cognoscitiva del físico le separa del técnico o artesano. No obstante la inexistencia en física de caracteres emergentes no explicables por sus componentes de base (a diferencia en mi opinión de lo que ocurre en el lenguaje poético) hace que el término creación sea decididamente abusivo para referirse al trabajo del observador cuántico.
Situándonos de nuevo en el momento en que, previamente a su experimento, el físico se encuentra barruntando sobre qué saldrá del mismo, sólo cabe afirmar que tenemos una fórmula matemática general que, aplicada al caso, nos da una expectativa respecto a lo que saldrá, sin que esto implique ni lo designado como hipótesis realista, ni lo designado como hipótesis creacionista. Así pues, ni mundo en el que las cosas tienen sus propiedades (se hallen o no estas cosas confrontadas a nuestras voluntad y capacidad de descifrarlas), ni erección de las propiedades de las cosas gracias a una potencia creativa que cabría atribuirnos.
Si no encuentra lo ya dado, ni tampoco forja nada autenticamente nuevo, ¿en qué consiste pues el conocer del físico cuántico?; ¿que estatuto ontológico, es decir, que modalidad de ser, corresponde al observable que le interesa, antes de ser observado; y tras tras la intervención experimental ¿se ha convertido este observable en una propiedad de la cosa en el sentido clásico del término?
La furca en la que la naturaleza retorna
Preguntas todas ellas que se vinculan a la interrogación más general sobre el ser elemental, es decir profundo, de eso que damos en llamar naturaleza, sobre la cual el físico ya no puede limitarse a hacer previsores cómputos que verificara experimentalmente. "Por mucho que expulses a la naturaleza con una furca, la naturaleza siempre retorna". Quizás la naturaleza que retorna es aquella que nunca había estado presente, aquella que había sido objeto de repudio. Pero desde luego es cierto que retorna en la furca misma, en una hija de la física de la Revolución Científica, a la vez retoño de la visión del mundo de los griegos ( visión marcada -como enfatizaba Erwin Schrödinger- por la convicción de que el mundo es inteligible y que el conocer es neutro en relación a tal mundo). Hija sin embargo díscola, que pone en cuestión lo bien fundado de su esplendorosa herencia. Sí, decididamente la Mecánica Cuántica contribuye a que nos abramos a la hipótesis de una naturaleza extraña, una physis que no responde a los caracteres por constatación de los cuales reconocíamos precisamente que nos hallábamos en presencia de algo físico. Por eso seguir adentrándonos en los meandros de la Mecánica Cuántica aparece hoy no ya como una exigencia de los filósofos, sino de todo ser atravesado por esa pulsión desinteresada de las mentes pensantes a la que se refería el físico Max Born, es decir , una exigencia de todo ser humano.
[1] Dejo asimismo de lado el problema, ciertamente importantísimo que plantea el hecho mismo de que la manera de realizar previsiones sea matemática. Sin duda en las peripecias generales del ser humano las previsiones sobre lo que nos será dado constatar no se hacen siempre con cálculos matemáticos (al menos conscientes). Ello no significa sin embargo que las consideraciones que siguen no conciernen en absoluto a estas expectativas sobre asuntos digamos básicos.
[2] En la jerga técnica, y por lo que aquí se refiere, se trata de que un vector que es expresión del estado del sistema es convertido por la acción del operador en un vector diferente, con lo cual cabe decir que el sistema ahora representado es otro.
[3] Aprovecho para señalar que utilizo la expresión entidad física sin tener derecho a hacerlo, pues su caracterización depende en gran parte de esta misma Mecánica Cuántica en la que nos estamos sumergiendo.