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La causa de la naturaleza y la causa del animal de razón (X): actitudes políticas para las que no hay concepto propio

Por 13 de abril de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Decía que el ecologismo es un corolario de la defensa de nuestra especie. Pero ha de quedar clara la prioridad: ecologistas porque humanistas, en modo alguno a la inversa. No estoy seguro que esta prioridad de la causa del hombre se esté respetando en el seno incluso de los posicionamientos de izquierdas. No estoy seguro de que no se esté procediendo a una inversión de jerarquía. Antes de centrarme en el tema, una consideración general sobre las amenazas políticas.

Quejoso por la terminología excesivamente genérica con la cual, en la aproximación convencional, se abordaban asuntos filosóficos, Gilles Deleuze pedía el esfuerzo de enfocarlos con estrategias diferentes, que llevarían quizás a alcanzar en cada caso un aclarador " concepto propio".

Me acordaba de esta exigencia del filósofo francés ante el anatema que se lanzan mutuamente (instrumentos de comunicación mediante) defensores y adversarios del llamado "Procés" de Cataluña.

Abundan los epítetos marcadores de una diferencia cargada de connotaciones: por un lado se tilda al adversario de españolista rancio y autoritario, ajeno al espíritu europeísta y democrático que a uno le caracterizaría; por otro lado se ve al nacionalista catalán como emblema de una alianza de "supremacismo" y localismo, contrapuestos al humanismo y universalismo que caracterizarían a los españoles actuales.
Pero hay sin embargo un epíteto que, cuando la boca se calienta, sale como reproche en ambos bandos: el otro es simplemente un fascista – "facha" en la terminología coloquial. De hecho la cosa es más general. Tratándose de Salvini se habla de fascismo, y lo mismo ocurre con Le Pen.

Ya en relación a regímenes como el del general Petain o el de Franco se discutía sobre la pertinencia del término fascismo. Entre otras cosas por el papel atribuido a la religión católica en el franquismo, que no se daba por ejemplo en el fascismo alemán, el cual de hecho también era muy distinto del fascismo italiano.

En nuestros días es quizás aún más necesario intentar evitar la amalgama. Precisamente por ausencia de concepto no hay manera de hacer objeción firme cuando un catalanista designa como "facha" al que simplemente se reivindica español, o cuando Torra es tildado de "facha" por haber realizado proclamas indiscutiblemente supremacistas.

Síntesis de supremacista y nacionalista es Salvini. Pero con esa curiosa peculiaridad que la referencia que funda su supremacismo (la del Norte peninsular italiano) no coincide con la nación cuya liberación-de inmigrantes y burócratas europeos- reivindica.

¿Fascista pues Salvini? Si hubiera ganado en las elecciones de febrero en Emilia Romagna hubiera sin duda puesto en marcha un cerco sobre las estructuras del Estado italiano, pero sólo metafóricamente cabría hablar de marcha sobre Roma.

Salvini encarna un proyecto que tiene en común con el fascismo las notas de explotación de las frustraciones del débil y canalización de toda su energía en contra del aún más débil. Pero a diferencia de lo que ocurría con el fascismo ni siquiera hay detrás una trama ideológica, todo lo artificiosa que se quiere pero coherente.

Quienes se reconocen en el heteróclito conjunto de actitudes que, desde Brasil a Milán, pasando por la Inglaterra neo-conservadora y la España votante de Abascal, quisieran encontrar un término cargado de connotaciones positivas que les designara, una metáfora con la funcionalidad potencial de la de "fascio". Si la hubieran encontrado los adversarios nos esforzaríamos en poner de relieve lo falaz de este aspecto afirmativo, y al igual que ha ocurrido con el término "fascio", la connotación crítica acabaría marcando esa palabra.

"Fascio" designa un conjunto de objetos de idéntica naturaleza y la primera imagen que viene a la cabeza es un haz de espigas. La connotación de igualdad, luego de uniformidad es importante en la metáfora. El fascismo era una apelación al orden…al orden a cualquier precio (ciertamente el capital recorrió al fascismo porque lo vio necesario tras la crisis del 29). "Fascio" tenía una connotación afirmativa: se recogía aquello (espigas de cereales) que simbolizaba la salud de Roma, enriquecida por el cristianismo y la gran civilización de las ciudades-estado de la península… Ello ciertamente alprecio de desembarazarse de esa caterva "dispersa", disparatada, ese conjunto puramente negativo, in-agrupable, que encerraba a judíos, gitanos, masones e indigentes. Con variantes, la perspectiva era aplicable al nacional-socialismo, el nacional-catolicismo o el "Pétainisme".

Sin embargo la derecha extrema de nuestros días aún no ha encontrado una metáfora unificadora como la del fascio, y por ende no podemos concentrar en un término nuestra denuncia crítica. Podemos no obstante adelantarnos, hacer el esfuerzo de conceptualización necesario, teniendo en cuenta ciertas notas:
Supremacismo cultural, sustentado curiosamente en la consideración de la propia actitud para la democracia de la que otras culturas carecerían intrínsecamente.

Utilización de las capacidades de quienes pertenecen a otra civilización, otra cultura u otra lengua, negando sin embargo que efectivamente esta pertenencia pueda suponer en sí misma una aportación. Son útiles pese a "lo que son"; útiles por habilidades o destrezas que se consideran indemnes a este su ser perturbador.

Presentación del débil, no ya como un inferior, sino como un infiltrado, una amenaza análoga a la que supone un roedor potencialmente infeccioso con el que, sin embargo, hubiera que convivir.

Utilización de este prejuicio para canalizar la frustración de los débiles de la propia comunidad, impidiendo que focalicen su agresividad en la fuente de la injusticia.

Ausencia de proyecto positivo coherente que englobe a todos los que tienen en común los puntos anteriores, de tal manera que nacionalistas, dogmáticos de religiones antagónicas, de racismos contradictorios y de prejuicios sexuales dispares, sólo tienen en común el hecho de que, mientras su disposición triunfe, la acumulación de la riqueza y el corolario de incremento de la desigualdad prosigue su marcha galopante, siendo este el único imperativo real, el único mandamiento. 

Ellos no tienen un término designativo, porque quizás es imposible encontrarlo, dado el cúmulo de contradicciones. Nosotros somos así libres para designarlos. El motor central es la exigencia de distraer respecto a la adoración del becerro de oro como causa social del mal, recurriendo a la rapiña del alma de los débiles propios, explotando sus prejuicios más larvarios, jaleando en estos la tendencia fóbica respecto al aun más débil y la desconfianza paranoica ante este último. El todo generando una atmósfera social legitimadora del ensañamiento y el desprecio. ¿Fascismo? De alguna manera sí, pero en todo caso un funcionamiento social sustentado en el desdén, el desaire, la negación de la razón de ser de aquellos mismos de los que no cabe prescindir. 

Se habla de "negacionismo" para referirse a "actitud que consiste en la negación de hechos históricos recientes y muy graves que están generalmente aceptados". Pues bien, cabría hacerlo también para referirse a la actitud consistente en negar la dignidad esencial de los seres de razón y jerarquizarlos en función de su capacidad de adaptarse a la causa de la concentración de la riqueza abstracta.

Hay sin embargo otro término, utilizado como traducción de la palabra alemana Aberkennung (a veces también Verleugnung) a saber, "denegación", en el sentido activo de no reconocimiento por el uno de lo que el otro reivindica legítimamente como propio, imposibilitándole así el ejercicio de derechos o la disposición de pertenencias; denegación que puede llegar hasta atentar contra el derecho a la salud, e incluso a la desposesión de atributos esenciales del ser de razón.

Pues de hecho a todo esto contribuyen aquellos que participan en el mantenimiento del sistema imperante. Me ciño a un ejemplo. La mendicidad se ha convertido en una imagen omnipresente en las ciudades europeas, incluidas las más prósperas. Ante la misma cabe la siguiente reacción:
Considerando que su reducción a la condición de mendigo es incompatible con la dignidad del ser de palabra y razón, como bien indica el carácter peyorativo que ha adquirido el término que designa a quien recurre a dios para sobrevivir ("pordios-ero", no sólo carente de bienes sino carente también de dignidad, indigente), se hará imperativa la necesidad de luchar por un sistema social que garantice para toda persona una sobria existencia, cuando menos en condiciones de salubridad, de tal manera que el recurso a la mendicidad sería considerado ilegítimo, moralmente reprobable.

El "denegacionista", el que contribuye a desposeer a los seres humanos de los atributos de su dignidad reaccionará muy diferentemente. Considerando en primer lugar que la existencia de enormes sectores de pobreza es inevitable, en el mejor de los casos, mostrará su acuerdo con que el socorro quede en manos de voluntades caritativas o de instituciones privadas, excluyendo desde luego una masiva inversión de los poderes públicos en la solución del problema. Y digo "en el mejor de los casos" porque es frecuente una actitud más abyecta: considerar que la mendicidad (y la picaresca a ella asociada) es nota intrínseca de esas poblaciones débiles vistas como contaminadoras, de tal manera que debería ser pura y simplemente castigada, es decir, sin ofrecer al indigente solución positiva alguna. Podría obviamente extender la polaridad entre ambas actitudes a otro tipo de problemas.

Provisional conclusión de este apartado es que si el fascismo no es seguro que haya vuelto, sí es cierto que ha retornado (me atrevo a decir que en un proceso imparable desde la caída del muro de Berlín) un nihilismo social, una ausencia de confianza en la entereza de la humanidad que ha hecho posible la aparición de formas de organización con consecuencias a la larga quizás tan funestas como el propio fascismo.

Provisionalmente (sólo para efectos de estos apuntes ) utilizo el término "denegacionismo", entendido como inclinación a negar a una parte de los seres humanos los atributos que son la expresión de su condición cabal de personas, y en consecuencia legitimar su desplazamiento a los arcenes de la condición social.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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