Víctor Gómez Pin
"Era un hermoso barco viejo, con esa dignidad que dan los siete mares a lo largo del tiempo.
Ante mi vista, bajo mi dirección, el navío debía llenarse con dos mil hombres y mujeres (…) Venían de la angustia, de la derrota y este barco debía llenarse con ellos para traerlos a las costas de Chile, a mi propio mundo que los acogía. Eran los combatientes españoles que cruzaron la frontera de Francia hacia un exilio que dura más de treinta años.
Recoger a estos seres desperdigados, escogerlos en los más remotos campamentos y llevarlos hasta aquel día azul, frente al mar de Francia, donde suavemente se mecía el barco Winnipeg fue cosa grave, fue asunto enredado, fue trabajo de devoción y desesperación"
He topado con el texto de Pablo Neruda relativo a la expedición del Winnipeg en una pequeña exposición, presente hasta el 1 de septiembre en las cocheras del Palau Robert de Barcelona, en la que se evocan las dificultades para conseguir que la nave tomara rumbo hacia América. La desesperación del poeta (por entonces "Consul especial para la inmigración de España en París") a la que alude el texto se debe a que, ya los pasajeros a bordo, Neruda recibe orden de sus superiores de renunciar a la travesía. Sin embarco, por la terquedad del escritor, y al precio de una crisis gubernamental en Santiago, el viejo barco "cargado con dos mil republicanos que cantaban y lloraban, levó anclas y enderezó rumbo a Valparaíso".
El propio Neruda pone de relieve su convencimiento de que la inserción de esas personas supondría para su país una riqueza a la vez material y moral. Riqueza moral dada la entereza de aquellas gentes al no doblegarse a una fuerza que (fueran o no conscientes los movilizados en el bando "nacional") no tenía otra finalidad objetiva que el mantenimiento de estructuras sociales que garantizaran la rapiña del débil. En cuanto a la preocupación de Neruda por asegurarse de que aquel acto de solidaridad supusiera asimismo una riqueza material para Chile, el propio escritor nos recuerda que uno de los criterios en el duro momento de elegir entre los aspirantes al viaje (todos no cabían) era el oficio de la persona. Al respecto vale la pena ampliar los párrafos de Neruda citados en la evocada exposición con el siguiente fragmento perteneciente al mismo texto:
"Sucede que se presentó ante mí un castellano, paleto de blusa negra (hombre maduro, de arrugas profundísimas en el rostro quemado), con su mujer y sus siete hijos
Al examinar la tarjeta con sus datos le pregunté sorprendido:
-¿Usted es trabajador del corcho?
-Sí señor me contestó severamente
-Hay aquí una pequeña equivocación -le repliqué- En Chile no hay alcornoques. ¿Qué haría usted por allá?
-Pues los habrá, me respondió el campesino.
-Suba al barco, le dije, usted es de los hombres que necesitamos.
Y él, con el mismo orgullo de su respuesta y seguido de sus siete hijos, comenzó a subir las escaleras del barco Winnipeg. Mucho después quedó probada la razón de aquel español inquebrantable: hubo alcornoques y, por lo tanto, ahora hay corcho en Chile". Corcho hoy imprescindible para la pujante industria vitivinícola del país, me permito añadir por mi cuenta.
Muchos de los embarcados en el Winnipeg habían sido recuperados de campos de reclusión o de confinamientos en la Africa francesa. Para estas personas Francia no había sido en absoluto la tan retóricamente proclamada "terre d’accueil", y en consecuencia la América hispana era para ellos una promesa. En 1938, un año antes de los acontecimientos de la nave Winnipeg, Neruda había descrito la misma situación anímica, esta vez en relación a otro poeta, su admirado Cesar Vallejo: "Ya en tus últimos tiempos, hermano, tu cuerpo, tu alma te pedían tierra americana, pero la hoguera de España te retenía en Francia, en donde nadie fue más extranjero".
"Querían matar la luz de España", dirá aun Neruda en 1968 en Sao Paulo ante un monumento de Flavio de Carvalho evocador de la muerte de Lorca…Y así, por diversos vericuetos, esta sencilla exposición en las cocheras del Palau Robert de Barcelona nos desliza hacia la memoria conmovida de un testigo singular, memoria evocadora de gentes vencidas pero nunca interiormente sometidas, gentes de la España que tanto quisimos.