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Por 24 de julio de 2019 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Elegir un nombre es una declaración de intenciones. Puede funcionar como primer imán o causar absoluta indiferencia, diluido en la costumbre y la repetición, la escasa gracia o, peor aún, el exceso de ella. Hay un artista madrileño de origen oriental que triunfa en la música con el sobrenombre de Putochinomaricón; revertir el estigma, de eso se trata. Es interesante fijarse en cómo se hacen llamar los raperos: Canserbero, Arkano, El Chojin, Zimple… y otros se complacen en resumir nombres y apellidos en una letra: Cardi B, Jay Z, C-Kan, San E, a medio camino entre el lenguaje cifrado y la nada. También forma parte de la cultura del feísmo abrazar apelativos desdeñados y pobretones, y más en estos tiempos propicios al manifiesto, en los que están de moda los libritos donde se procesan las ideas como en la Thermomix.

En cambio, la literatura sí se vende como experiencia. Y, por ello, soy capaz de imaginarme a Arkano o a Cardi B tomando un té en Le Flaubert, haciendo volutas de humo con un cigarro que toma prestado de Shakespeare el nombre de Hamlet o disfrutando de las notas de chocolate negro en una pinta de cerveza cuya etiqueta lleva la cara de Oscar Wilde. La posmodernidad desacralizó la alta cultura y reventó las subastas en Sotheby’s con las latas de sopa Campbell’s, que hoy, gracias a Warhol, es una marca con leyenda. Y la hipermodernidad –si puede llamarse así al estado fluido y gaseoso en el que vivimos hoy, marcado por los cambios de paradigma: digital, económico, sexual, climático– ha recuperado el gusto por el marketing cultural. Restaurantes y cafés que toman prestados los nombres de Rilke, Stendhal, Balzac, Hemingway o Bach (PunkBach), siguiendo la tradición del Joyce’s Cafe, el Austen’s Cafe y otros repartidos por el mundo, algunos más justificados en su vocación literaria que otros, meramente oportunistas.

Afirmaba Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (Gedisa) que, al entrar en contacto con el consumo masivo, se difumina “el aura” del arte. Cierto es que la apropiación cultural es una expresión más del capitalismo, deseoso de reinventar los nombres de un imaginario que ha dotado de significado a muchos seres humanos. Por ello, los hay partidarios de los elevados que te enriquecen mientras tomas un cortado o digieres una crema de calabaza. Porque no es lo mismo citarse a comer en Casa Pepe que en Café Kafka, donde sientes que la leyenda literaria te hace más fuerte que la autoayuda. Pero, por encima de todo, recuperas cierto sentido de la posteridad, tan extraviado hoy. Eso sí, es muy probable que los instragramers y youtubers que insisten en no leer acaben pensando que Rilke, Stendhal o Balzac no son más que eso: un buen lugar para comer steak tartar.

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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 ejerce de columnista de opinión en La Vanguardia.

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