Víctor Gómez Pin
La segunda posición que ayer presentaba lleva implícita la tesis de que la música no vale por si misma, que tiene una función respecto a algo que le es extrínseco. Como escribe irónicamente Fodor:
"Si nos gusta la música un montón, esto debe ser sin duda en razón que en la prehistoria de nuestra especie, algo hacía que oír música o componerla, o ambas cosas, incrementara la probabilidad de sobrevivir, o de perseverar íntegramente o de transmitir nuestros generes a la posteridad…Quizás el hombre del Neardental (o cualquier otro) apreciaba la música porque algo en ella era bueno para la adaptabilidad, computada, por ejemplo, en el número de pequeños neardentales que el oír música les inducía a tener. (De ser así, las cosas han cambiado mucho: en todos los teatros de ópera en que he estado, copular durante la representación está mal visto y lo que inviertes en mezzo-sopranos no puedes gastarlo en tus hijos)."
La tesis del carácter innato de la música, como la del carácter innato del lenguaje, sólo se salva del pragmatismo si a la palabra innato se la desvincula de connotación adaptativa, es decir, si algo en la evolución que forja rasgos específicos escapa a la regla de la economía. Evolución, sin finalidad, como sin finalidad (en circunstancias azarosas que lo posibiliten) emergen especies a partir de otras ya dadas. Una vez más, estructura sin teleología, causa o razón formal, no subordinada a una causa o razón final.
En lo que a la música se refiere esta posición abre realmente al asunto de la esencia interna, que pasa por abordar interrogaciones absolutamente elementales y que no han encontrado aún clara respuesta (como ocurre, de hecho, con las interrogaciones elementales sobre muchos otros asuntos, desde la cosmología a la pregunta por las formas o especies).