Víctor Gómez Pin
La amalgama, deliberada o no, entre denuncia del funcionamiento en un momento y un país concreto del sistema de mercado ( denuncia hipócrita o ciega si no se dice que es el mercado mismo es el que adopta tales epifanías) es una ofensa que se viene infringiendo desde hace años a los trabajadores griegos, pero también a las víctimas de la descomposición del sistema a la que asistimos en nuestro país
Las primeras noticias sobre la posibilidad de que el Fondo Monetario Internacional condenara a Grecia a los arcenes del sistema económico de libre mercado coincidían en fecha con la cita de "Le Monde" que encabezaba la anterior columna. Las consideraciones sobre España ocupan ese domingo 22 de julio la editorial en primera página del prestigioso diario. La tribuna constituye en principio una crítica de las medidas adoptadas por el gobierno español para intentar reconducir la economía. Se afirma así que los recortes en educación, que comprometerían el futuro de generaciones, son una injustificable concesión a unos mercados desagradecidos.
Pero el estilo general del escrito no permite claramente discernir entre carencias del propio sistema, irresponsabilidad de los políticos y actitud del pueblo español, víctima de ambas. Y en un tono paternalista se apela a una Europa que debe ayudarnos a reencontrar la senda de la cordura, olvidando que el sistema social imperante en esa Europa es el que ha llevado a esta locura pretendidamente propia. Trnscribo de nuevo:
" El país paga hoy por sus años de locura[…]La purga durará años[…] Europa ya ha faltado a su deber dejando que España se embriague en un decenio de artificial crecimiento[…]Europa no debe cometer dos veces el mismo error dejando al país perderse como en sus años de fiesta con anfetaminas. No hay que abandonar España a su suerte"
La última frase no estaba citada en la anterior columna y desde luego es obligación de cualquiera, español, griego, irlandés o simplemente un ciudadano con sentimiento de dignidad alzarse frente a la misma: España no necesita ayuda para plegarse obedientemente a las reglas de juego de un sistema que día tras día incrementa en toda Europa (Alemania comprendida) el desarraigo social, el embrutecimiento y la barbarie. España, como Francia, necesita en todo caso ayuda fraterna para encontrar una alternativa viable a ese sistema, es decir para construir un orden social en el que la realización del ideario de la revolución francesa no sea una promesa eternamente diferida.