Víctor Gómez Pin
Que lo que se creía ser un trascendental de la entidad, la ubicación por ejemplo, sólo esté presente en un grado de indeterminación que puede aproximarse al infinito, es ciertamente una gran incertidumbre…filosófica. Incertidumbre ante la cual alguien ciertamente puede decir que no le concierne excesivamente, basta para ello que niegue la premisa aristotélica según la cual la esencia del hombre consiste en el conocimiento; premisa que tiene como corolario que la filosofía a todos concierne, pues sería sorprendente que un ser animado no quisiera realizar su esencia.
Hacemos conjeturas que nos dan un grado de satisfacción meramente relativo. Pues no hay certeza en el ámbito de esa practica espiritual que se da en llamar filosofía. Ausencia de certeza tanto más dolorosa en ocasiones cuanto que las interrogaciones filosóficas lo son sobre lo más grave, sobre aquello que a todos concierne en la medida en que cada uno de esos que forman el todo se libera de las contingencias que le apartan de la humanidad. Se ha dicho en ocasiones que esta imposibilidad de pasar de la interrogación a la certeza cuando de filosofía se trata invalidaría a la disciplina misma. Cabe más bien decir que es un índice a la vez de la fragilidad y de la dignidad de la condición humana. Muchas interrogaciones filosóficas han dejado de ser tales precisamente porque la filosofía ha encontrado respuesta a las mismas (el problema del infinito numérico por ejemplo que encontró respuesta científica en el sentido de la consistencia matemática en la obra de Cantor y Abraham Robinson). Recíprocamente la ciencia se ha visto confrontada a aporías que dan alimento a la filosofía (la violación del sentido común por la Mecánica Cuántica por ejemplo). Cabe la conjetura de que este proceso circular es inevitable, que la filosofía proporciona sin cesar pasto a la ciencia y que toda teoría científica encierra abismos que alimentan a la filosofía. Ello justificaría que Aristóteles atribuya a la condición humana un intrínseco deseo de saber, que haga de este deseo un rasgo inherente y distintivo.