Marcelo Figueras
La noticia me entristeció temprano por la mañana: no habría nueva adaptación de King Lear. La idea era que la crisis económica cobraba su primera víctima notable en el mundo del cine. Según la interpretación del Telegraph, lo increíble era que, a pesar de figurar en el puesto 42 en una ‘power list’ de la revista Forbes, la actriz Keira Knightley no pudiese atraer financiación para el proyecto. Se ve que en el Telegraph no la deben querer mucho, porque el proyecto también contaba con Sir Anthony Hopkins, Naomi Watts y Gwyneth Paltrow y nadie los culpaba a ellos del naufragio de la producción.
Por la tarde encontré un artículo más largo y comprendí que en realidad había dos proyectos para hacer Lear. Y ahí se me fue la tristeza: el que a mí más me interesaba -aquel con Al Pacino en el protagónico y dirección de Michael Radford, el mismo tándem de El mercader de Venecia– seguía en pie… o por lo menos nadie anunció su defunción todavía. No sé ustedes, pero yo prefiero las sobreactuaciones de Pacino a las de Hopkins. Cuando Hopkins se descontrola parece un actor que exagera. Cuando Pacino se descontrola parece un loco verdadero. Aunque me pregunto si conseguirá superar aquella escena donde ya hizo de Lear bajo otro nombre: ¿recuerdan imágenes más desgarradoras que la de Michael Corleone abrazando a su hija muerta y prorrumpiendo en un grito sordo al final de El padrino III?
Lo que más me gustaría es que a algún productor se le ocurriese producir un Lear con Sir Ian McKellen, que viene de hacer una temporada teatral exitosísima con esa obra. McKellen tiene la técnica impecable de Hopkins y la capacidad emotiva de Pacino: ¡lo mejor de ambos mundos!
Un reino otrora próspero, arrasado por una noción torcida del amor filial. Batallas fratricidas. Ciegos que saltan al abismo… Nunca se me había ocurrido que King Lear hablaba del mundo de hoy.
Pero habla. Tanto o más que las noticias.