
Víctor Gómez Pin
"El verbo se hizo carne"… prodigiosa metáfora a la que -precisamente por tomarla como metáfora- puede permanecer fiel el más intransigente de los darwinianos.
Me atrevo a decir que un investigador que apunta a encontrar la base genética del lenguaje humano, y que está plenamente convencido de que éste transciende el estatuto de un código de señales, se siente espiritualmente alejadísimo de sus colegas reduccionistas, y por el contrario se reconocería de inmediato en la actitud del poeta francés Charles Peguy.
La recíproca es también cierta, pues Peguy no encuentra en la catedral de Chartres tanto un símbolo del Dios trascendente, como un símbolo de la prodigiosa potencialidad de la palabra.
La afinidad espiritual no se da necesariamente entre creacionistas, por un lado, y evolucionistas darvinianos, por otro lado. El espíritu surge en la veracidad, y tan veraz es el que toma pie en la metáfora de Dios para que se despliegue en plenitud su condición de ser de palabra, como el que busca encontrar la clave de ese momento singularísimo de la evolución en el que un código de señales se liberó de su carácter funcional, empezando a tener sus propios objetivos.
Lo que precede explica la existencia de curiosos compañeros de viaje: el cristiano Bernanos tomando causa por el pueblo republicano en la España de "Les Grands Cimetières sous la Lune". Pero explica también la existencia de una suerte de desdoblamiento en la propia personalidad de alguien como José Bergamin, cristiano y … "comunista hasta la muerte, ni un paso más" según precisaba.
La ciencia y la espiritualidad religiosa tienen su condición de posibilidad en ese hecho prodigioso de que un día la carne se hiciera verbo. Si la enormidad de lo que esto significa atraviesa el alma, entonces la densidad de la matriz en la que los senderos se bifurcan convierte en irrelevante la elección de uno o de otro.
"Si no hay Dios todo está permitido", afirma un atormentado héroe de Dostoiewski. La sentencia hubiera sido más convincente si en ella, en lugar de Dios, figurara el término palabra, esa palabra que Peguy comparte con Neruda o Aragón. Pues como sabe perfectamente toda persona digna del nombre, el respeto a la palabra es a la vez condición necesaria y suficiente de un comportamiento moral, y ello como mero corolario de ser la expresión cabal de un comportamiento humano.
Como indicaba en la anterior entrega, el establecer una suerte de estado de la cuestión sobre las respuestas a los interrogantes relativos al lenguaje (su interna estructura, lo que se separa de un código de señales, sus condiciones de posibilidad en el registro genético etc.) constituye obligada etapa en esta reflexión relativa a las interrogaciones elementales. Pero el lenguaje no tiene carácter angélico. Su anclaje en la biología supone un anclaje simplemente en el registro natural del que la emergencia de la vida es singular etapa. De la naturaleza y la vida me ocuparé, pues, en las próximas etapas.