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Cómo parece ser la naturaleza

Por 29 de septiembre de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

La mecánica cuántica parece encerrar un mensaje tan sencillo de expresar como tremendo en sus implicaciones: la  naturaleza no es cómo parece. Mas, ¿cómo parece  ser la naturaleza? En síntesis como una contigüidad de cosas dotadas de propiedades cuyo comportamiento es en esencia previsible.

Empecemos por la contigüidad (1). Sin duda hay en el entorno pluralidad de cosas y en este sentido lo discreto nos rodea, pero tal pluralidad se muestra en un escenario (o más bien configura un escenario,  pues quizás este no pre-existe  a la pluralidad misma) que provisionalmente podemos llamar continuo espacio- temporal.

No hay ciertamente un vacío newtoniano previo a las cosas en las que estas vendrían a ubicarse, pero tampoco se da un abismo ontológico, una distancia sin contenido, como resultado de la ruptura de continuidad que la existencia misma de pluralidad de entidades físicas supone. La ruptura de continuidad es contigüidad y no vacuidad.

 Desde luego en los albores de la física cuántica la ciencia no tenía duda al respecto, pero tampoco la tenía la representación ordinaria: aunque entre una entidad física A y una segunda B quizás no percibamos una tercera entidad, sabemos bien que entre ellas hay al menos todo eso que designamos con la palabra aire. La idea de un espacio newtoniano en el cual las cosas vendrían a ocupar un lugar, constituye un postulado pre- físico, no físico ni, a fortiori,  meta-físico (2).

La naturaleza  además es previsible.  La eventual incertidumbre a la hora de hacer previsiones es cosa nuestra y se reduce en proporción al conocimiento de las diferentes variables en juego, así como de la calidad y adecuación de los instrumentos de los que disponemos. A medida que la incertidumbre disminuye,  la previsión gana puntos y eventualmente alcanza la exactitud, suponiendo entonces la desaparición de la primera (3).

Pero esta  naturaleza orquestada como un marco de previsible  contigüidad presenta además un tercer e importantísimo aspecto: las entidades que la constituyen se diferencian entre sí por diferencias cuantitativas en el seno de rasgos invariantes, tales como la posición o la llamada cantidad de movimiento (el producto de la masa por la velocidad, que recubre la intuitiva  polaridad movimiento-reposo) las cuales, en ausencia de nuevas fuerzas que intervengan, responden a una bien determinada evolución en el tiempo (4).

En fin: marcada por rasgos que hacen reconocible lo que pertenece a la naturaleza y lo que no pertenece a la misma (entidad natural es la piedra que, al poseer cantidad de movimiento, puede ser arrojada mientras que no es entidad  natural la superficie de la piedra, inutilizable por sí misma como proyectil), configurando un continuo espacio-temporal y esencialmente previsible en su comportamiento, la naturaleza es el medio en el que baña nuestra realidad animal y encuentra peldaño ( piénsese simplemente en  los órganos de cerebro) nuestra capacidad de dar pie a entidades puramente eidéticas, ya sean entidades matemáticas o singulares frutos de nuestra potencia imaginaria. 

Pues bien: la mecánica cuántica consigue (al menos hasta cierto punto) mostrar que, en lo profundo, la naturaleza no responde a ninguno de los tres criterios, y a la vez mostrar la necesidad de que parezca respetarlos. Y digo bien la necesidad de que parezca, a fin de enfatizar el hecho siguiente: si se asume lo que la mecánica cuántica dice sobre el nivel sub-atómico la  apariencia a escala macroscópica  se hace comprensible, lo cual no quiere decir que entendamos nada de lo profundo, pues a este nivel la comprensión exigiría la remisión a principios que lo descrito precisamente pone en entredicho. Cabría de alguna manera decir que la mecánica cuántica explica la necesidad misma de las apariencias, determinadas por un trasfondo que, por imposibilidad de intelección, la mecánica cuántica   se limita a describir.


 (1) Recuerdo aquí de nuevo tres conceptos fundamentales que Aristóteles extrae de un análisis del lenguaje ordinario: Dos cosas son consecutivas si no existe entre ellas ninguna entidad de la especie de la primera o de la segunda. Dos cosas son contiguas si, además de ser consecutivas, están en contacto. De la contigüidad se pasa a la continuidad si esas dos cosas constituyen una sola, es decir, si la frontera que las separa es, de hecho, una mera separación de partes. En otras palabras: cuando la superficie de contacto no es más que una, la relación es de continuidad. Así las dos medias partes de un trozo de tiza están en relación de continuidad. Al romperlo por la mitad, surgen dos entidades que de estar en contacto forman contigüidad  y de no estarlo son consecutivas. La ausencia de vacío en la física de Aristóteles hace que la ruptura de continuidad sea esencialmente contigüidad y no consecución.

(2) La aparente  primacía de la continuidad en el orden natural se manifiesta en una  dimensión muy importante para  lo que aquí interesa. Supongamos que estamos en presencia de un proyectil que va aumentando  su velocidad de manera continua. Suponemos que su potencia de impacto se incrementa asimismo de manera continua. No nos pasa por la cabeza que haya saltos, es decir, puntos de vacío energético,  de tal manera que en algunos momentos del recorrido el impacto del misil sobre un eventual objetivo fuera nulo.  

(3) Volviendo al símil del proyectil: un conocimiento exhaustivo de las variables en juego permitiría prever el  resultado del impacto en todo momento.

(4) En el caso preciso de la posición y  cantidad de movimiento, esta evolución en el tiempo pone de relieve una  vinculación entre ambas  que parece perfectamente razonable: todos entendemos que si cambia la velocidad (componente de la cantidad de movimiento) en una magnitud precisa, habrá un correlativo cambio de posición, y viceversa. Otra cosa es que estemos en condiciones de calcular como será de hecho ese cambio. Y lo intuitivo de esta vinculación hace que no resulte  plausible la hipótesis de que tales rasgos pudieran disociarse hasta rozar la incompatibilidad.

 

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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