Víctor Gómez Pin
Desde su arranque, estas columnas sobre temas metafísicos se proponían enfatizar el peso de ciertos interrogantes surgidos en gran parte de la perplejidad a la que, por sus trabajos teóricos y experimentales, se ven abocados los científicos contemporáneos, interrogantes que van configurando una auténtica filosofía natural de nuestra época.
Es casi una obviedad que sin crisis que obligue al pensamiento a confrontarse no hay filosofía y ni siquiera historia de la filosofía. Y digo esto porque en realidad el historiador de la filosofía se sumerge en el pasado para desvelar el peso de asuntos que, o bien están aun vigentes, o se revelan estar en el origen de los que sí lo están. En suma: si no hay interrogante aquí y ahora… no hay filosofía, ni verdadera historia de la misma.
Tanto como decir que la crisis en los principios de la física que condujo a las hipótesis relativistas es lo que, precisamente por ser contrapunto, permite percibir el enorme peso de la tesis newtoniana y kantiana según la cual el espacio es una pura distancia (distancia sin soporte físico alguno) en el que las cosas se ubican, y el tiempo el marco en el que las mismas acontecen.
Precisamente porque la relatividad permite afirmar que el espacio tridimensional y vacío ni tiene realidad física ni sirve de marco a la misma, nos apercibimos de lo que supone la tesis meta-física de que la geometría de Euclides sería una especie de pre-física, es decir, sería disciplina de una distancia sin perturbación que daría cobijo a las cosas físicas. Por añadidura, y extendiendo el argumento en lo referente al tiempo, se ilumina entonces también la discusión complementaria sobre si tal marco sería independiente del sujeto (Newton) o más bien está vinculado al mismo (Kant). En suma: sin la crisis que supuso la teoría de la relatividad no aprenderíamos en toda su acuidad la enorme cuestión planteada por la Crítica de la Razón Pura ( de la que por cierto Einstein tuvo pronta noticia, introducido desde la adolescencia por Max Talmey, un joven universitario que frecuentaba su domicilio paterno en Munich) y hasta de alguna manera la verdadera significación de la teoría newtoniana de tiempo y espacio como Sensorium Dei, facultades sensibles del creador, previas en consecuencia para el gran físico teísta a la naturaleza, creada un día, y a fortiori previas al espíritu finito que el ser humano constituye.
Con mayor razón cabe hablar de nueva oportunidad para la filosofía tratándose de las aporías cuánticas. Ciertos descubrimientos relativos al comportamiento de las partículas elementales parecían poner en tela de juicio postulados implícitamente aceptados cada vez que para referirnos al entorno, sea vivo o inerte, utilizamos la palabra naturaleza. La naturaleza se mostraba reacia a conformarse a nuestras representaciones ancladas y, en consecuencia, de la práctica científica surgía "espontáneamente" (por utilizar la expresión de Manuel Sacristán) no aun la filosofía, pero sí el estupor, la aludida perplejidad, que da pie a la filosofía.