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¿Arrojar nuestro pasado?

Por 9 de diciembre de 2021 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Interrumpo momentáneamente el hilo conductor de las reflexiones que  me han ocupado en este foro en los últimos meses, para introducir un asunto desde luego espinoso.

En 1981, la editorial Gallimard publicó en su colección emblemática La Pléiade  la obra del escritor francés Frédéric Céline  Viaje al fondo de la noche.  Dada la catadura moral de Céline, colaborador de los nazis y autor de repugnantes panfletos antisemitas, la  publicación dio pie a revivir el viejo debate sobre la relación entre la obra y la personalidad del escritor, pero no hubo entonces  voces (al menos con peso) que criticaran el hecho mismo de la publicación.

Nadie ponía en cuestión la exigencia de  respetar criterios de moralidad por  los que, a priori, habría de basarse todo lazo entre hombres pueblos y culturas,  pero se consideraba  que a la hora de juzgar el valor universal de la  obra de arte es problemático introducir como variable de peso la moralidad o inmoralidad del propio artista. ¿Sería también el caso cuarenta años más tarde?

Ha habido en la historia de la creación canallas paranoicos como el propio Céline, algún asesino, ciertamente muchos seres mezquinos en sus relaciones sociales o en su vida doméstica, y por supuesto más de una excelente persona. Pero cuando se trata  la obra de uno u otro hemos de esforzarnos en que  estas variables no nos cieguen, hemos de esforzarnos en pensar que las obras  son por así decirlo anónimas. Al respecto, tienen enorme ventaja aquellas  cuya autoría no es desconocida, así esas “damas” ibéricas que tienen emblema en la de Elche y respecto a las que, afortunadamente, no hay manera de introducir interrogantes sobre la moralidad de su autor. De lo contrario hay riesgo serio de que tengamos que rechazar gran parte de nuestro legado espiritual.

Sea un libro literario-filosófico  como el Elogio de la locura, Encomium Moriae, de Erasmo ¿Está hoy esta obra  del gran humanista libre de toda amenaza? Obviamente nadie en nuestro entorno cultural propondría que no se publicase, pero es posible que en ciertos medios, sin excluir centros docentes, pudiera funcionar la censura implícita, o simplemente el retoque  de párrafos enteros.

De hecho  la tentación “correctiva” podría extenderse a libros como “Fuenteovejuna”, en cuyo pasaje central, la incitación de Laurencia a la rebeldía contra el Comendador, se utilizan expresiones ofensivas para enteros colectivos. Traductores en diversas lenguas europeas retocaron párrafos de Platón para camuflar la atmósfera obvia de atracción homo-erótica. Hoy quizás tenderíamos a retocarlos para ocultar la valoración de los efebos y  las palabras de Sócrates indicando que el bello Alcibiades, a sus 19 años, es considerado demasiado viejo  para quienes desde que era adolescente buscaban sus favores. ¿Y qué  diríamos de los insinuantes San Sebastián adolescente de Guido Reni? Y un ejemplo más cercano:

“Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte”.

Si hacemos abstracción de algún término que pueda sonar a arcaísmo, fácil sería atribuir este párrafo a alguno de los  políticos contemporáneos que en Europa han aprovechado la mínima ocasión para alimentar los prejuicios más larvarios  y  las inclinaciones más rastreras  de sus votantes, lanzando anatemas contra la población gitana, por ejemplo en Francia contra la comunidad  “Rom” de Moldavia o Rumanía. No es sin embargo el caso. El lector ha quizás reconocido que se trata del arranque de la novela de Miguel de Cervantes “La Gitanilla”.

¿Y cómo se sale de esta aparente incompatibilidad entre exigencia de reconocimiento de la equivalencia en dignidad entre los humanos y la reivindicación del patrimonio espiritual que para la humanidad suponen  las  obras literarias o artísticas?

Pues evitando un error conceptual de enormes implicaciones. Enuncio una posición de principio y de orden directamente filosófico: es imprescindible delimitar bien lo que depende de la kantiana  Razón práctica, que enuncia los imperativos de moralidad,  y lo que depende de la kantiana Facultad de juzgar, que explora la singularidad del  espíritu humano cuando es motivado por la exigencia que llamamos estética.   Si no se hace esta distinción, gran parte de nuestro patrimonio  debería efectivamente ser puesto en tela de juicio. Con un catastrófico corolario, esta vez sí de orden moral. Pues, como indicaba Marcel Proust, la única forma  en la que el arte puede servir a los demás es ser realmente arte. Si el Guernica hubiera sido una obra mediocre las eventuales buenas intenciones del autor hubieran sido inútiles, o hasta perjudiciales para la causa republicana, pues en el arte “las intenciones no cuentan”. Reconozco que tengo en mente cierta polémica actual en torno a la moralidad del autor de Las señoritas  de Aviñón.   

Pero el problema va incluso más allá de la estética, y concierne a la asunción de la historia. La exigencia de  alcanzar una sociedad en que cada persona pueda reconocerse como representante de la entera humanidad  pasa por abolir aquello que, aquí y ahora, impide la  realización de tal ideario; no pasa  por repudiar nominalmente  aspectos de un  pasado   sin el cual no estaríamos aquí para imponernos tal exigencia moral.  Una cosa es ser lúcido respecto al coste que necesariamente supuso un hecho histórico y otra muy diferente repudiar lo efectivamente acontecido en nombre de  lo que imaginariamente  hubiera podido acontecer,  apoyándose en una concepción del lazo entre pueblos y culturas que carecía  de condiciones de posibilidad, de lo cual es buen ejemplo la aventura, cargada de  connotaciones trágicas, de España en América.

“Arrojar el bebé con el agua del baño”. Con diversas variantes y en diferentes lenguas,  esta es la expresión a la que, se alude al estropicio en el que a veces se convierten las tentativas de soltar lastre. Cabe incluso que el bebé sea meramente ahogado y el agua se atasque. El anatema lanzado sin matices contra  momentos de la historia y la  tradición cultural  exacerbando  su connotación con  estructuras  sociales  opresivas aún persistentes, no altera realmente  a estas, pero deja sin sitio a personas para quienes reconocerse en el pasado supone una suerte de conciliación subjetiva; desarraiga sin liberar, cabría decir, cuando precisamente (como indicaba la pensadora francesa Simone Weil) la auténtica liberación pasa quizás por la fortificación de un sano arraigo.

En su admirable libro Las piedras de Venecia refiriéndose al lazo entre un entorno natural y la arquitectura,  John Ruskin ve en Venecia un emblema de ciudad como obra de arte. La construcción de Venecia se realizó ajustando pilotes en el mejor de los casos en un terreno argiloso, y con mayor generalidad en un pantano cuyo fondo había que drenar. Los troncos eran soportados y dispuestos por hombres que amenizaban con ritmos la dificilísima tarea. Es fácil imaginar la cantidad de accidentes calamitosos que ello pudo acarrear… ¿Deberíamos pues lanzar anatema contra Venecia?

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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