Víctor Gómez Pin
El abogado francés Jacques Vergès, defensor en los años de plomo de los resistentes argelinos (muchos de ellos torturados salvajemente) y en general de militantes considerados de extrema izquierda ( incluida Magdalena Kopp, integrante de la banda Baader Meinhof) sorprendió a muchos cuando asumió la defensa del terrorista Carlos, pero sobre todo al aceptar defender a un nazi conocido como el verdugo de Lyon, el cual, anciano y enfermo, había sido extraditado desde Bolivia a Francia. El propio Vergès contaba su percepción del juicio, cuya primera secuencia sintetizo aquí de memoria:
La expectación había hecho habilitar una enorme zona de pasos perdidos. Acosado por las cámaras e insultado por el público, al acceder a la sala, Vergès se encuentra con la mirada fija de una treintena de colegas que representaban a la acusación. Tras saludarle, una de las letradas le avanzó que sería enormemente puntillosa y enfatizaría lo insoportable de los cargos para el sentimiento moral de los franceses. Dado que el turno de esta colega era tardío, Vergès le respondió con ironía: "No te lo aconsejo, una vez oídos los tres primeros letrados será difícil que el jurado siga siendo receptivo al recuento de emociones que no se experimentan".
Jacques Vergès, obviamente no justificaba los hechos de los que el antiguo nazi era acusado. Su decisión de defenderle se sustentaba probablemente en la convicción moral de que los crímenes objetivos pesaban menos en boca de los acusadores que las razones para ofrecer una vez más ante el ciudadano francés (tantas veces comprometido de hecho con las atrocidades de la ocupación en el pasado y con los comportamientos lepenianos en el presente) una representación del mal que le permitiera sentirse del buen lado a precio nulo.
Este es el quid del asunto: a precio nulo se sitúa uno del buen lado en asuntos morales, como a precio nulo se juzga sobre lo impactante de la obra de arte. En lo que a cuestiones morales se refiere, no se trata obviamente de repudiar la memoria del pasado. Se trata de poner de relieve las estructuras sociales que explican la pasividad, cuando no complicidad de gran parte de la sociedad (francesa en este caso) en lugar de reducir el problema a la acción contingente de individuos, lo cual sirve más bien de coartada para distraernos de los horrores del presente, o aun para ajustes de cuentas relativos al mismo. Precisamente porque Francia nunca asumió realmente su pasado colaboracionista, el juicio de Klaus Barbie tenía efectivamente cierto carácter de mero espectáculo, dónde un individuo el obligado a encarnar el mal que en realidad a casi todos concierne.
Y con todos los matices que se quiera lo que digo de Francia puede aplicarse a España: conservar la memoria del franquismo y asumir el grado en el que marcó la vida de tantos españoles es precisamente la condición de que en un futuro no pueda servir de diversión la crucifixión simbólica de algún superviviente erigido en azaroso responsable individual. Lo cual por otro lado sería perfectamente compatible con la recuperación de valores franquistas bajo formas asépticas y compatibles con las formalidades de la democracia.