Vicente Verdú
Inesperadamente, ayer soñé con la mujer de mis sueños. Yo mismo me asombré mucho, porque si por lo general es la interpretación de los sueños el eje que nos informa sobre nuestros anhelos, en este caso se trataría de que los sueños actuaran en sentido inverso y ofrecieran directamente la información.
El inconsciente ha tenido, en general, muy mala prensa, Cierto que se ha convertido en una mina económica para los psicoanalistas pero también en una oscura minería clínica para el paciente (o el cliente).
El inconsciente, sin oler mal, ha sido tenido como el sucio contendor de represiones y detritus pendientes. Un detritus de la vida consciente que, como hoy sucede con las basuras, se fueron reciclando en luz para superar su pasado de dolientes desperdicios. El psicoanálisis a estas alturas puede, sin duda, ser considerado una invención capaz de sanar enfermedades del alma y matar sapos y culebras de nuestro pozo personal.
Gracias al psicoanálisis y su aplicada interpretación de los sueños muchos individuos han podido librarse de asechanzas y vicios que no les dejaban descansar en paz. Los sueños y pesadillas serían enmarañados pero el desenmarañador que los desenmarañara nos ofrecía una vida más saludable y solar.
Ahora, sin embargo, acaso debido al abuso de la interpretación analítica o al cambio de la realidad en virtual los términos de la ecuación podrían haberse alterado. Viviríamos como en sueños y nos dormiríamos en insólita alerta. De este modo, lo que se aprehendiera despiertos sería de menor garantía que lo que se descubriera en la anterior inconsciencia. O de otro modo, el inconsciente habría cambiado su condición de desordenado trastero doméstico al orden del salón principal. Y así, mientras lo consciente se hallaría gravemente trastornado lo inconsciente, sin traducciones, nos mostraría el espacio cabal.
¿Explicaría pues todo esto que la mujer de mis sueños la revelara con la mayor naturalidad el sueño? Algunos inventores o poetas han encontrado -o eso dicen- soluciones y versos clave entre las tinieblas de la inconsciencia, pero en cuestiones de sexualidad el asunto ha sido siempre (y especialmente) al revés. Todas las fuertes pulsiones eróticas reptaban entre sótanos durmientes mientras la realidad se encargaba de aplicar la norma social para impedir que lo prohibido emergiera.
En suma, y para terminar, la experiencia de llegar a soñar aquello que vitalmente se ha constituido en glorioso sueño comporta un efecto doble: 1) anular el sueño en cuanto pútrida máscara y 2) acabar con su materia propicia para averiguar la verdad, entre sus sombras.
No habría pues nada que hurgar para sacar a la luz y eliminar sus reptiles patológicos. El sueño, por el contrario, constituiría la plataforma explícita y despejada donde hallar con nitidez los objetivos y los objetos deseados. Lejos pues de ser los sueños enrevesados subproductos del vertedero se comportarían como imágenes evidentes. Más firmes que el tembloroso consciente con el que vivimos, supuestamente, día a día.