Vicente Verdú
Grandes abrazos,
como herramientas
seguras,
colgaban de los
cielos vanamente.
Sin un cuerpo
dónde aferrar
su vocación de amor.
Todos los seres
habían transformado
su corporeidad
en transparencia,
su apariencia
en aire
y en simulacro
el efecto
de su corazón.
Una sangre
,sin embargo
seguía circulando
como una cinta
de satén.
Y esa sangre fue
el principio,
colorado y simbólico,
de una resurrección.
O, también
el vestigio,
flotante todavía,
de una existencia
en extinción.
En extinción
pero aún no exangüe.
La sangre ondeaba
en volutas
y banderolas
que hacían
presagiar,
con sus trazos,
un nuevo boceto humano.
Un conjunto de algunos,
primero
y una muchedumbre empapada
de sangre, después.
El abrazo no hallaba
ahora mismo
un bulto amoroso.
Pero pronosticaba
el futuro de una
multitud
acercándose entre sí
para aglomerarse
en un solo ramo
desinfectado
de rencor.