Vicente Verdú
De un ojo lírico,
siempre lagrimando,
partía una conjugación
de la lástima y
el abandono.
No era sino un filamento
tan delgado
que sólo
al trasluz era visible su longitud.
Pero en torno a ese lábil eje
del lamento,
en el aire de su circunscripción,
se le advertía
ensimismado.
Ensimismado en un aliento
que pedía ser entendido.
Ser compadecido
y, mejor, amado.
Todo parecía un símbolo
esclarecido
desde una circunstancia
delegada,
pero ese momento
no propiciaba
sino una interpretación
muy nimia.
Muy apropiada
a lo que sucedía.
En su interior.
En el interior de
ese ojo lírico
que como una insignia
pretendía humildemente
erigirse
en una joya
o filamento de plata y platino.
Una idea en sí
que goteaba sin cesar .
Y, sin embargo,
no pudimos saberla
en sus comienzos
ácidos
como la extrema
crueldad de un ácido
tan hermoso
como criminal.