Vicente Verdú
Látigos de luz
batían
la superficie
de animales con pezuña
Arcoiris soberbios
sostenidos
por escuálidos tubos
de neón.
Heridas tiernas
aún y cicatrizando
sin término.
Fuimos en ese solar
las víctimas
bendecidas a fuego,
dichosamente malditas.
Sepultadas
entre un aguacero
de mercurio encendido.
Una tempestad
quieta y cruel
se avecinaba para lacerarnos.
Rayos y rostros
de charcos.
Espasmos sedientos
que atenazaban
los brazos,
nos cegaban los ojos,
nos hundían
la voz.