Vicente Verdú
La tristeza se estampa rampante
como un caballo azul
en el centro geométrico del pecho.
No hay fuego ni llanto
que logre ahuyentarla.
El animal se afinca con pezuñas
de inclemente cemento.
Se hinca entre las hendiduras
de la carne tumefacta
que ni siquiera puede estremecerse.
Todo como en una parálisis
del dolor perenne.
Sin brillo, sin dientes.
Con las blancas encías de la muerte.