Vicente Verdú
De lugares muy distantes,
de los espacios azules
donde se concebían los auspicios,
llegaron cartas
de variable naturaleza.
Unos días nos notificaban
la transparencia del TAC
y otros se enviscaban
entre filamentos turbios
que hacían presentir
el inicio de una descomposición.
Gradual y fatal.
Con unos y otros mensajes formábamos
un brillante mazo de naipes y
cada tarde,
al caer el día,
junto a la lenta muerte de la luz,
extendíamos sus diagnósticos
sobre la mesa de la cocina,
con un vaso de agua alrededor.
Esa agua contenida
era como la llama de una vela
Y, de hecho,
al repasar cada noticia
buena o mala
sobre la superficie de madera
se veía al líquido
estremecerse o vibrar
a la manera de un lago
sensible a la idea radical
de la muerte o de la navegación.