Vicente Verdú
El mar es su cerebro,
sus alas
son de linfa y tul.
El rostro su alhaja
central y esmerada,
imperfecta como
en Casablanca.
Maspalomas:
blanca de
nácar o la cal
tostada
de las montañas
y dunas
suavemente saladas.
Sin visión real
sin límite de lontananza
en la pupila de Dios.
En la sortija,
los cálculos eternos.
Esos mares
al mirar sin límites.
El sol inútil
rociando de sedas.
peces sin raíces
ciertas ni certeras.
Extraídos de muy lejos
y despavoridos en tierras
de ultramar.
Creados como prófugos,
entre libros amarillos
y colores de pera,
entre castillos inmensos.
Inocentes,
Castillos
y frágiles reflejos,
nacidos siempre
en Maspalomas,
palomas
que no acaban
volviendo a sus hombros
sino posándose
en los ojos
como zafiros.
Esmeraldas diluidas.
Perlas celadas
en silencio absoluto,
continuamente entonando
una canción ilimitada
y sin conocer su final.
El mar es su cerebro,
sus alas
son de linfa y tul.
El rostro su alhaja
central y esmerada,
imperfecta como
en Casablanca.
Maspalomas:
blanca de
nácar o la cal
tostada
de las montañas
y dunas
saladas.
Sin visión real
sin límite de lontananza
en la pupila de Dios.
En la sortija,
los cálculos eternos.
Esos mares
al mirar sin límites.
El sol inútil
rociando de sedas.
peces sin raíces
ciertas ni certeras.
Extraídos de muy lejos
y despavoridos en tierras
de ultramar.
Creados como prófugos,
entre libros amarillos
y colores de pera,
entre castillos inmensos.
Inocentes,
Castillos
y frágiles reflejos,
nacidos siempre
en Maspalomas,
palomas
que no acaban
volviendo a sus hombros
sino posándose
en los ojos
como zafiros.
Esmeraldas diluidas.
Perlas celadas
en silencio absoluto,
continuamente entonando
una canción ilimitada
y sin conocer su final.