Vicente Verdú
Los ojos poseen una naturaleza ambigua: son brillantes como espejos pero parecen a la vez transparentes como ventanales del mundo interior. De esta ambigüedad se deriva su doble poder: vueltos hacia fuera reflejan el exterior del cuerpo; tomados hacia adentro nos conducen a las profundidades del alma.
De una manera llamativa los ojos poseerían así una suerte de privilegio respecto a los demás orificios del cuerpo, puesto que se hallarían simultáneamente recorridos por corrientes y contracorrientes de incalculable intercambio.
De un lado, los ojos se muestran como los puntos más frágiles en la superficie del cuerpo pero son los órganos que antes avanzan o inciden sobre el exterior.
Los ojos se atraen los unos a los otros pero al mismo tiempo se rechazan. Siempre se desea mirar la mirada del otro pero todo cara a cara es un trance insoportable a veces.
Los ojos provocan fascinación –atracción y miedo juntos- como es propio de los dioses, los monstruos o los animales sagrados. La muerte fulge anticipadamente en ellos. De ahí su colosal atracción.
Con su movilidad incesante, el ojo descifra el movimiento e incluso las miradas del cuerpo del otro. El ojo, en consecuencia, sabe. O cree que sabe.
De hecho la medicina explora en el fondo del ojo un sinfín de informaciones sobre la salud o el mal.
El ojo cree que sabe. Sin embargo, cuando dos cuerpos fijan los ojos entre sí aparece, a menudo, el estupor. Un vacío se abre en los espacios de intercambio. Las miradas inmóviles no cesan de enviarse signos pero la inmovilidad y el tiempo muerto son el colapso de la comunicación.
Los ojos no pueden tocarse ni tocar sin sentir dolor. El dolor los alejará del contacto y, contradictoriamente, son los más vivos mensajeros de la proximidad. El cruce de miradas que presagia el amor y la fusión (¿o la fundición?) de unas vidas.
Tanto alcanzan a ver los ojos que se vuelven ciegos para sí mismos ante el espejo. El rostro se ve pero los ojos pasan desapercibidos. Nunca advierte uno mismo el color de sus ojos. Nunca se contempla ese color. ¿Imposible de advertir? ¿La redundancia de los tonos anula el cromatismo? ¿La coincidencia del punto de vista borra la visión? ¿La superposición de objetivos hace desaparecer el objeto?
Los griegos inventaron la cadena de palabras que penetra en el ojo. La figurilla que se ve en el fondo es la pubilla o la pupila, la muñequita que brilla es como una joya y su luz representa su propia sonrisa. ¿Cuando dos enamorados juntan los colores de sus ojos inauguran la primera vista de la copulación?