Vicente Verdú
No queda ya ninguna propuesta de adelgazamiento, mediante cremas, polvos, regímenes o aparatos de gimnasia, que no ponga en su propaganda la tremenda amenaza del bañador. La inminente asechanza de la playa donde nuestras carnes quedarán expuestas al ojo crítico, anónimo o conocido, deseado o enemigo que nos juzgará y sentenciará.
El cuerpo que mantuvimos protegido durante el resto del año se halla abocado a dar cuenta de sí sin prever sus efectos ni cuáles serán las consecuencias.
La presentación del yo en verano se hace depender en tal grado del aspecto corporal que resulta ínfima la subordinación que se haya sentido en otros meses. El verano es la visión total, el panóptico que abarca el todo de la desnudez. Podría ingeniarse algo para que fuera posible tomar el sol, librarse del calor, beneficiarse del mar o la piscina, sin necesidad de quitarse las ropas, pero todavía el invento se encuentra en proceso.
La prescripción general ordena desprenderse del vestido, bajar hasta la orilla y quedar inerme ante el juicio físico-moral de los otros. Porque esos seres extraños y hacinados no sólo dirimen sobre la armonía de nuestra figura sino sobre las razones que nos han llevado a concretarnos abundosamente en ella. Abandono, depresión, alcohol, sedentarismo, malestar matrimonial, desequilibrio laboral. Nuestro cuerpo es una importante pieza documental bajo el resplandor solar.
En ese medio traspasado de luz los cuerpos se someten a un escrutinio severo. Ojeadas cargadas de prejuicios, juicios y comparaciones.
No basta haber escogido con tino el bañador. Lo crucial consiste en portar el cuerpo apropiado. Los bañadores son apenas atendidos –a diferencias de los atuendos generales en el periodo invernal- y la percha pasa de ser su soporte a la evidencia de lo principal. Somos el bulto carnal que se expone, el modelo ofrecido para el intercambio de valores a la vera del mar.
Playas pobladas de decenas de miles de cuerpos, decenas de miles de desajustes entre el yo y su composición exterior, decenas de miles de ejemplares reunidos en la feria de la carne construida, deconstruida, arruinada, restaurada, rehabilitada o inaugural. El espectáculo merece la máxima atención. De la misma manera que la cultura de consumo nos promete la posibilidad de experimentar varias vidas, varios yoes en esta tierra, en el estío se representa la ocasión de incorporar diversos cuerpos, decenas de miles de patrones. ¿Pero no hay cuerpos que también toman sus vacaciones y descartan todo esto? Efectivamente, pero no pertenecen, de cuerpo entero, al gran sentido de la radiante convención.