Vicente Verdú
Se advierten cada vez más justificadas quejas de hombres sobre la pasividad amatoria de las mujeres. Todo fue hasta ahora un requerimiento para el varón: “no hay mujer frígida, sólo hombre inexperto”. Pero ¿qué se puede contar a estas alturas de la habilidad sexual de las mujeres? No mucho.
Es insuficiente que la igualdad se cumpla sólo en el trabajo y en el fregadero. La cama forma parte de las equivalencias en el intercambio de papeles y las mujeres han aplazado o descuidado más de la cuenta su debida puesta al día para hacer bien el amor.
No hay libre y gozosa comunicación sin partenaires iguales ni hay orgía sin receptores y emisores recíprocos. El hombre permanece aún cohibido respecto a estas y otras reclamaciones que ya le corresponden en la reordenación de posiciones respecto al placer, respecto al dolor, respecto a los malos tratos domésticos y respecto a los buenos tratos eróticos.
La mujer objeto que tanto oprobio significaba para el género femenino no desaparece en tanto la mujer no actúe como mujer sujeto también en el mundo de la alcoba. O, lo que es lo mismo: cuando la mujer no siga esperando que le hagan el amor (y con destreza) sino cuando –como en otros ámbitos- sea ella también quien lo haga y deshaga con tino y sobrada competencia.