Vicente Verdú
En el lenguaje psiconalista se habla de sujetos “actuadores”.
Son estos, individuos que pasan a la acción antes de procesar la información y casi repentinamente.
No se trata, en absoluto, de personajes histriónicos como podría evocar superactuación como palabra vecina a la actuadora. Efectivamente actúan por encima de lo más juicioso pero con el afán no de destacar sino por el urgente impulso de hacer o cambiar algo.
Podrían llevar a cabo la actuación de manera cabal o menos apresurada si antes se procuraran tiempo para sopesar sus pros y sus contras, el carácter de sus efectos y el tamaño de sus consecuencias, pero limitados para la elaboración mental, acuciados por su emoción, esperan resolver en marcha. Actúan sin cálculo ni garantías y, a menudo, suelen pasarse de la raya. Y no sólo en perjuicio de los demás a los que frecuentemente arrollan sino de la propia circunstancia. Son gentes tan buenas como indica esta franca espontaneidad del gesto pero, a la vez, sumamente temibles. Se comportan como huracanes y el remedio a sus destrozos es frecuentemente tan grave como irreversible, tan insujetables son para el sujeto como desbordantes para el receptor. ¿Habrá que cuidarse de estos “actuadores”? No hace falta decir que sí pero descubrirlos requiere, con frecuencia, que el estropicio se haya cumplido. Entre tanto el actuador muestra por su conducta un talante tan natural, limpio y directo que induce fácilmente al amor. Su amor, al cabo, o su emoción auténtica determina, sin bridas, la involuntaria crueldad que acarrea su desbordamiento.
Por ello dice Proust, refiriéndose a la prevención de sus padres respecto al “actuador” temperamento de Bloch: “… el instinto o la experiencia les habían enseñado que los impulsos de nuestra sensibilidad ejercen poco dominio sobre la continuidad de nuestras acciones y nuestra conducta en la vida, y que el respeto a las obligaciones morales, la lealtad a los amigos, la ejecución de una obra y la sujeción a un régimen tienen más firme asiento en la ciega costumbre que en aquellos momentáneos transportes, fogosos y estériles”. Acaso ni una ni otra cosa pero, por el bien del alma, ¡atención a los cándidos “actuadores”!