Vicente Verdú
"Nunca me ha parecido tan fácil, tan facilísima la vida, como en aquellos momentos que exigía de mí las cosas más difíciles". La sentencia es de Nietzsche (¿cómo no?) y se lee precisamente en su libro Ecce homo.
Este hombre que se tuvo por un superhombre, un ser superlativo, no podía enfrentarse tan solo a los desafíos más comunes (aunque también los padeció en cuanto autor de libros, en cuanto enfermo su salud y como amante) pero ocurre que muchas de sus más acaloradas y jactanciosas soflamas acaban calentándonos el corazón.
Toda situación que no alcanza a culminar en su máxima gravedad induce a juguetear con ella, afrontándola más o menos de acuerdo a los cánones o reduciendo su variable valor según los asesoramientos populares. También cabe taparse los ojos ante su inoportunidad y dejar que las circunstancias, el tiempo, el azar o la sabia conjunción de los astros decidan la conducta a seguir u obedecer. En esos casos, en situaciones sin la máxima dificultad, hace más difícil clavar un diagnóstico, ser preciso en la consideración y actuar atinadamente o en consecuencia, la inteligencia, la energía y el saber, se ponen más a prueba ante la volatilidad del mal que ante las adversidades que "no tienen vuelta de hoja". Ser héroe ante el acoso más grave no despierta gran interés gnoseológico. Lo difícil, lo más difícil, lo interesante, es tratar con circunstancias que no habiendo cuajado en un objeto tan duro como una roca, presentan una plasticidad que brinda diferentes puntos de vista. Su masa aciaga puede llevarnos al abismo pero en esa caída formidable nunca sabremos quién ha sido el verdadero autor de la tragedia. En el caso, sin embargo, del mal absoluto nuestra oposición absoluta crea obligadamente un espacio fulgurante.