Vicente Verdú
Un signo sobre la ansiedad de nuestro tiempo se dibuja en la estampa del conductor que muchos metros antes de llegar a su coche lleva las manos de contacto bailando en la mano. No tiene segundo que perder. La llave de contacto es más que una llave. No sólo abre una ocasión sino que le imprime velocidad instantánea. Por la llave de contacto no accedemos a otro espacio donde estar sino a un espacio por donde pasar y avanzar.
Lo que aguarda tras la llave del coche es un discurrir. No una llegada sino una partida en cuya cinta nos vemos complacidos como auténticas gentes de nuestro tiempo, nómadas, portátiles, versátiles, en marcha.
Incluso el tiempo que tarda el microondas en calentar la taza es insoportable. El microondas se mueve pero demasiado lentamente y sólo gira. No va, encima, a ninguna parte. Calienta por reiteración y es esta fórmula la que nos resulta enervante. Calentar por rotación evoca el antiguo asado de las carnes al ast. Remite a una morosidad ancestral, casi telúrica. La actual obtención de cualquier cosa se asocia naturalmente con la celeridad del servicio y el gozo. O más incluso que la celeridad. Puede disfrutarse de un videojuego o un automóvil ahora mismo y empezar a pagarlo meses después. Como en el Mach 1, donde la velocidad del aparato adelanta al sonido, el disfrute adelanta al esfuerzo. La recompensa llega antes que la acción a recompensar. La velocidad ha traspasado el proceso de la existencia y se confunde con una trascendencia que salta por encima de la razón. La espera es de otro tiempo. Se decía: “quien espera desespera”. Ahora la desesperación fulmina a la espera, la ansiedad devasta la esperanza, las llaves de contacto se imponen a las llaves maestras, el golpe de vista a la contemplación, el camping al hogar.